Panero: P/R

P. ¿Cómo es el manicomio?

R. El puto infierno. El asunto del veneno empezó en Mondragón, pero lo de Inglod es peor. Me han dado toneladas de haloperidol y todavía no he muerto. Lo de Rasputín fue una noche y a puerta cerrada; lo mío va para 20 años y es a la luz del día: el diario de un hombre infinitamente envenenado. España es la que está loca, no yo.

P. ¿Por qué le dan haloperidol?

R. Porque me pasé tres años sin cerrar la ventana.

P. ¿Y qué le hace?

R. Atonta. Pero más inteligente que yo, imposible. Soy tan inteligente como Nieztsche.

P. ¿Cómo se vive dentro?

R. Todo ingreso es un secuestro clínico, toda internación es ilegal. Allí se tortura: no dejan fumar, te hacen hacer la cama siete veces, azuzan a los locos contra mí y no les atan... Atan a los viejecitos por nada y a esos cabrones no los atan.

P. ¿Le dan electroshocks?

R. López Ibor te daba electroshocks y luego te ponía una imagen de santa Teresa en la mesilla. No he visto un nazi parecido en los días de mi vida. Ahora, la lobotomía y el electroshock están prohibidos, y las correas también, salvo en caso de sangre o pelea...

P. ¿Mienten los locos?

R. El loco yerra pero no miente, tiene la perniciosa manía de decir la verdad, como el borracho.

P. ¿Acaso existe la locura?

R. No. Los locos son gente muy puteada y se esconden para que no les hagan más daño. El mito de la enfermedad mental, de Thomas S. Szasz: si el loco es un hipócrita, no está loco, es un hipócrita y punto. Yo aprendí telepatía en París, entendí que pensar venía de hablar, y hablaba y leía en voz alta. Me quedé telépata. "El cante sin guitarra, / el cante a palo seco, / el cante sin meis nada". Es un poema de João Cabral de Melo Neto.

P. Ah. ¿Le gusta el flamenco?

R. No creo en la clase obrera española. Son payasos alfredolandescos. Tras 40 años sin ideología obrera, sólo queda la picaresca y un proletariado chistoso.

P. ¿Psiquiatría o poesía?

R. He pensado dejar la poesía como Rimbaud para dedicarme a la psiquiatría, pero a la real, no a esa falsa que Wittgenstein llamó La máscara y el lenguaje.

P. ¿La literatura cura?

R. Alguna sí. Los literatos españoles se dividen en dos: el burgués ambicioso y los mamarrachos abominables.

P. ¿Cree en la democracia?

R. Soy anarcoindividualista, pero creo. Me sorprende que alguien dijera que la democracia es un anacronismo. No creo que Tejero sea muy moderno. Pero los diputados están como cabras.

P. ¿Qué le parece la ley de matrimonio homosexual?

R. Yo soy bisexual y sadomasoquista. Sádico con las mujeres y masoca con los hombres, aunque también sádico con algunos tíos, depende de lo guapos que sean.

P. ¿Cómo se hizo poeta?

R. A los cinco años. Mis padres estaban aterrados. El poema decía: "Mi corazón temblaba y no era un sueño / fueron muriendo todos los soldados de la guardia del rey / y mi corazón seguía temblando".

P. ¿Freud o Lacan?

R. Freud se creía el anticristo, pero era ambiguo. Decía: "¡¿Sabía usted que soy el diablo y Dios construye catedrales en torno a mí?!". Lacan sabía que los locos sabían que él era el anticristo. Según Jung, Cristo y el anticristo son el sí mismo. El yo no existe en la especie humana. Es lo que Lacan llamaba "el sombrero de Napoléon". El yo es en lo que se pierde el loco. Y el anticristo son los bancos.

P. ¿Por qué no abre un dispensario antipsiquiátrico?

R. Pensé hacerme millonario con la antipsiquiatría y lo sería si me pagaran los derechos.

P. ¿Su poesía es automática?

R. No me prohíbo nada salvo cagar en la silla. Pero mi poesía es técnica. Hablando del cuerpo, Spinoza dijo: "Nadie sabe lo que puede el cuerpo". Y Neruda: "Te escucho orinar al fondo de la habitación". Voy a echar una meada.

P. [Se va, vuelve] ¿Cuál es su poeta favorito?

R. Neruda no me gusta. Mallarmé, sí. Escribe científicamente [recita un poema en francés].

P. ¿Preferiría ser francés?

R. Querría irme a París. Allí no están tan locos como aquí. Aquí no se puede pensar. No es raro que el Quijote sea el ídolo. A san Juan de la Cruz casi lo queman porque se lavaba todos los días. Este país está obsesionado con el sexo desde hace siglos y por eso odian a Dios, porque lo ven castrador.

P. No le gusta el Quijote.

R. Es una novela río asquerosa. Me gusta El licenciado Vidriera.

P. ¿Quién le dicta sus poemas?

R. Como no sea mi conciencia... El hombre no habla, es hablado, dijo Lacan.

P. ¿Escribe en trance?

R. No creo en la bestia de la inspiración, yo cultivo el espanto como una ciencia.

P. ¿El nuevo Papa?

R. Un filonazi. Mi doble.

P. ¿Zapatero?

R. El príncipe de las tinieblas. "Oh, Satán, tú tienes dos cosas: el oro y el regazo de la mujer" (Goethe).

P. ¿Negociar con ETA?

R. Por supuesto. Hace siglos dije que sólo ETA hace oposición.

P. ¿Quién es Leopoldo María Panero?

R. No sé. Me conozco a mí mismo y me parezco a Francis Scott Fitzgerald; eso es todo. Cuando nadie puede hablar de su vida, saber quién es, la existencia sencillamente se hace infructuosa.

P. ¿Cuándo fue la primera vez que estuviste internado en una clínica psiquiátrica?

R. En Barcelona, por un intento de suicidio que tuve. Allí leí el libro de un psiquiatra católico, un tal Baruch. Fue el primero que abogó en contra de la aplicación del electroshock. Hablaba en pro de un apoyo moral al enfermo, en lugar de tanto rollo con el psicoanálisis. Y como decía Eurípides: “La idea es perderse, si no te vuelven loco”.

P. Tú dijiste que las clínicas psiquiátricas son sistemas carcelarios, porque al paciente lo estarían interrogando constantemente…

R. Está “en el eterno derecho de la no posible apelación”, como diría Foucault. Los psiquiatras son como los detectives. Su interrogatorio utiliza las mismas técnicas que el policial; el psiquiatra piensa, infaliblemente, que su víctima miente.

P. ¿Qué piensas de la esquizofrenia?

R. El rechinar de la mandíbula del llamado esquizofrénico –como lo señalé en el prólogo a mi libro de poemas Teoría del miedo, el año 2001– y su risa inexplicable son actos ‘canibálicos’ como el poema quisiera ser: un acto ‘canibálico’; un intervalo en la desesperación, como un porro que suspende la vida.

P. En 1992 publicaste el poemario Piedra negra o del temblar. Allí hay un poema titulado Yo, Francois Villon, que es una adaptación del texto escrito por el bardo francés del siglo XVI. ¿Lo recuerdas?


R. Recuerdo parte del texto: “Yo, Francois Villon, a los cincuenta y un años / gordo y corpulento, de labios color ceniza / y mejillas que el vino amoratara, / a una cuerda ahorcado / lo sé todo acerca del pecado”. En España es el poema más sacrílego de todos los tiempos. Hay que ser el anticristo y el demonio para que no se lo carguen a uno en ese país de nazis.

P. ¿Crees en la inspiración o en la matemática del verso?

R. Creo en la matemática del verso. Esto me recuerda las siguientes líneas de Mallarmé: “Porque yo instalo con la ciencia / el himno de los coros espirituales”. Entonces, la literatura es un trabajo y se nutre de la lectura, no de la inspiración. Yo escribo poesía técnicamente. Aquí va un ejemplo: “Soy un excremento de tus pies corocos y tal…”. En fin, el poema es la prueba de mi existencia.

P. ¿Qué estás escribiendo ahora?

R. Un libro con Félix Caballero; un cadáver exquisito.

P. ¿Qué poetas españoles de tu generación te gustan?


R. Félix de Azúa, Antonio Colinas y Pere Gimferrer. Luis Antonio de Villena junto a Eduardo Calvo, Luis Alberto Cuenca y Ramón Mayrata fueron las caras visibles de El espejo del amor y la muerte (1971), antología compilada por Antonio Prieto y prologada por Vicente Aleixandre. Ese volumen no es más que un espejo bizarro de los Nueve novísimos (1970), de José María Castellet. En la recopilación de 1971 está Villena. Él no me gusta porque es el Pere Gimferrer bizarro. Además, criticó duramente mi último libro, centrándose en la persona y no en el poema. Sin embargo, debo reconocer que hace tiempo que no leo a mis contemporáneos.

P. En una entrevista que concediste a Babelia, suplemento del diario El País, en el año 2001, dijiste: “Estoy harto de ser Leopoldo María Panero”. ¿Por qué?

R. Es verdad. Estoy de mí hasta el puto culo. Está escrito que voy a suicidarme algún día, pero no por ahora. Richard Castell escribió en su “Oda al psiquiátrico”: “Hay que interrogarse como en un secuestro de alienados”.

P. ¿Qué es la muerte para ti?

R. Un estado de conciencia. Cuando murió mi madre la traté de resucitar con respiración boca a boca, que es una resurrección hindú. Fue muy doloroso.

P. ¿Qué nos puedes decir de tu padre?


R. Mi madre decía que si se hubiera enterado de que yo era miembro del partido revolucionario trotskista y además marica, me habría echado de la casa. Leopoldo Panero murió cuando yo tenía 14 años. Recuerdo parte de su epitafio: “Amó mucho / y bebió mucho y ahora, / vendados sus ojos, / espera la resurrección de la carne / aquí, bajo esta piedra”.

P. ¿Te gustaría recibir el Premio Nobel de Literatura?

R. Por poco lo recibo este año. Siempre lo estoy esperando, como Jorge Luis Borges. Cuando lo gane, iré a Estocolmo y de ahí a París, a emborracharme al Café Flore donde se embriagaba Oscar Wilde.

P. Has afirmado que tu apuesta es la del palimpsesto.

R. Y es que la literatura, desde siempre, ha sido un sistema de citas, una conversación interminable de diferentes autores y culturas... Probablemente, Ezra Pound ha sido el poeta más consciente de este fenómeno y, por eso, es para mí la figura poética más importante del siglo XX. Él, Joyce y Beckett. El mundo es un texto gigantesco; nosotros, sus comentaristas.

P. En una entrevista a Babelia dijiste que sólo quedaba un libro por reescribir: el Apocalipsis.

R. Sí, en alguna oportunidad pensé que el Apocalipsis era el último libro, pero ahora he cambiado de parecer. Los libros se remiten unos a otros de manera infinita, como las palabras de un diccionario: entras a un término y ese término te remite a otro y a otro, en una secuencia sin fin. Así, cada poema es la entrada progresiva a un laberinto, donde aparecen infinidades de poemas hasta que olvidas el punto de partida.

P. Al igual que en tu poema "De cómo Ezra Pound pasó a formar parte de los muertos".

R. Claro, donde también el mundo es una fantasía paranoica y por eso necesitamos abjurar de nosotros mismos y hacer que los muertos salgan de sus sepulcros. Esa es la gran revolución de Rimbaud: yo soy otro. A mi manera quiero ser muchos otros, como un ventrílocuo, para no estar tan solo. Es lo que algunos han llamado "poemas babélicos". Para mí es, además, una conversación con los difuntos, con mis mayores.

P. Y, con ello, de paso borrar la autoría.

R Y es que no hay autor, sólo poemas. Pero hoy, claro, la gente se preocupa más del poeta que del poema. La autoría no existe. Al revés de Musil, no es que seamos hombres sin cualidades, sino cualidades sin hombre.

P. Y ya que hablamos de los otros, ¿cuáles han sido tus maestros tutelares?

R. Mi gran pasión es la poesía norteamericana moderna, pero en la línea de Poe, que representa el ejercicio poético riguroso y esteticista. La línea más prosaica de Whitman, no me gusta. Y bueno, de Poe saltamos a Pound y Eliot. También soy devoto de la tradición inglesa a partir de John Donne y del simbolismo de Mallarmé. De la poesía alemana, me gusta mucho el expresionismo de Gottfried Benn.

P. ¿Y qué me dices de la poesía española e hispanoamericana?

R. España es el barroco y la poesía mística. Actualmente no hay mucho, salvo Gimferrer, Colinas y algunas cosas de Rodríguez y Gil de Biedma. Y de Hispanoamérica, bueno, creo que es muy difícil escribir algo después de Borges.

P. ¿Sólo Borges?

R. Borges lo hizo todo, o casi todo. Es un modelo de versatilidad y vigor intelectual. La literatura es una herramienta formidable contra el abuso y la ignorancia; hoy, más que nunca, creo que el arte de escribir es una disciplina rigurosa y monástica. Además, eso de la poesía como la versión no oficial de la filosofía me parece formidable.

P. Y al igual que Borges, tus intereses no provienen exclusivamente de la literatura.

R. Sí, como autodidacta, aunque cursé el bachillerato. Y es que las vertientes que sirven de estímulo para la fantasía son múltiples: me interesa muchísimo la filosofía, digamos desde Spinoza hasta el neopositivismo y la Escuela de Frankfurt; también la estética, las matemáticas y la historia de las religiones.

P. Háblame de la locura y de tu encierro.

R. Yo no sé qué pueda ser la locura. Tal vez una defensa para seguir soñando. O quizá el derecho a la fantasía. Es lo que llamo la pansignificación de locura. Pues la locura, como dice Blake, conduce a la sabiduría. De lo que sí estoy seguro es de que la psiquiatría es una farsa, un delirio. Mira a Freud y todo ese estigma sobre el inconsciente, cuando lo verdaderamente bestial es la conciencia y no al revés. Ya ves lo que sucede aquí en España y que es probablemente un reflejo del resto del mundo: estados policiales resguardando una monstruosa sociedad de masas que odia el pensamiento. Pero lo peor es la censura, la censura a la fantasía. Y la fantasía es el gran estilo. Mi encierro responde a eso.

P. ¿Ves una salida a todo esto?

R. Generar un malestar general —como el mito de la huelga soreliana— hasta que la cosa reviente. Y esa debería ser hoy la función de la poesía. Pero los poetas, claro, están en otra cosa....

P. ¿En otra cosa?

R. Recaudando impuestos.... Los poetas y escritores, con las excepciones del caso, hoy en día responden a modelos planetarizados de reproducción en serie.

P. ¿Para quiénes?

R. Para todos esos teóricos que imponen tal o cual canon estético y exigen a cambio su estipendio.

P. Pero tú eres un insobornable.

R. Sí, y por eso me llaman Pertur.

P. ¿Pertur?

R. Sí, Pertur, Perturbado. (Panero recita: "La rosa, la rosa, la rosa/ que soy yo/ pues soy un hombre nacido de la rosa/ en esta tierra que no es mía)".

P. ¿Siempre un extranjero?

R. Digamos un apatrida. Y es que España es un país de pesadilla.

P. ¿Qué hay del Panero vidente?

R. Un vidente riguroso, de la escuela de Rimbaud, y no un vidente escandaloso y prosaico, como son muchos poetas tributarios de Whitman. El lenguaje es una herramienta fina, de precisión. No se puede abjurar de la realidad, por horrenda que sea, y por eso sigo creyendo en la referencialidad del poema. Aún quienes desconstruyen la realidad tienen que asumirla como punto de partida.

P. Un poeta chileno, Juan Luis Martínez, decía: "Lo real es sólo la base, pero es la base"

R.Exacto. Aunque eso es tomado de Wallace Stevens. Escribimos para ser escuchados; no se trata de una reproducción tosca de la realidad, sino de que toda ficción, para iluminar o transfigurar una realidad, debe tener una cierta residencia en ella. Todo, en última instancia, tiene un germen mimético.

P. ¿Y qué me dices de la muerte: otra de tus grandes obsesiones?

R. No, no soy yo quien debe hablar de la muerte. Déjale eso a mis poemas. Ahí está todo. Escribir es una partida de ajedrez contra la muerte; yo sólo pongo el tablero, pero los movimientos y las piezas le pertenecen a ella.

P. ¿Qué tal está aquí dentro?
(Silencio prolongado)

P. ¿Se encuentra mal?

R. ¿Tú qué tienes, sida o que cojones?

P. ¿Por qué me pregunta eso?

R. No sé, como llevas la cabeza rapada.

P. Me gusta llevar el pelo corto, ¿le molesta?
(Silencio)

P. Le preguntaba si está mal encerrado en este psiquiátrico.

R. Mal, muy mal. Llevo cuatro años en este puto infierno.

P. ¿Cómo es una noche dentro de este lugar?

R. Yo lo que quería era ir a juicio para cambiar de centro. No quiero estar aquí.

P. ¿Ha cambiado mucho de psiquiátrico en los últimos años?

R. Si, estuve muchos años en Madrid: en el Hospital Clínico y en el Alonso Vega y en el de Ciempozuelos y en el de Colmenar, Barcelona, Zaragoza, Reus y Pamplona. He estado en muchos. También en el de Mondragón, en Guipúzcoa.

P. ¿Por qué ha terminado en estos, en el de Las Palmas de Gran Canaria?

R. Porque me puteaba. Bueno en Mondragón y en Madrid no me puteaba el staff pero sí que lo hacían los locos. Joder, estaban todo el día dándome la paliza.

P. ¿Y aquí quien le putea es el staff ?

R. Eso es, el staff, aquí los locos no. Bueno, ellos también, depende.

P. ¿Cómo es una noche aquí dentro, en este hospital?

R. El maldito infierno.

P. Asegura encontrarse siempre rodeado de gremlim.

R. Sí, y con ellos supero toda esta mierda.

P. ¿Están aquí ahora?

R. Sí, claro.

P. ¿Tiene algún otro amigo en este lugar?

R. Ninguno. Bueno, tenía a un tal Andoni y a un tal Medeiros. Pero ahora no tengo un puto amigo.

P. ¿Por qué?

R. No sé por qué. Como no sea la gata (tose).

P. ¿Y cómo se lleva con su compañero de habitación?

R. Bien, con él me llevo bien. Será porque procuro no estar mucho allí. Paso todo el día fuera de este manicomio. No me quedo dentro. Me ahogo.

P. Tampoco le han dado el Nobel este año.

R. No, vaya una mierda.

P. ¿A qué esperan para hacerlo?

R. “Nada mejor que no ser oído. Nada mejor que en esa habitación no ser visto” (se cita a sí mismo).

P. ¿Qué les diría a los suecos?

R. No lo sé. Yo tendría que haber ganado el Nobel.

P. ¿Aún tiene esperanzas?
(Abre una lata de Pepsi light y la engulle de un solo trago. Silencio prolongado)

P. ¿Sigue teniendo esperanzas de ganar el Nobel?

R. Sí (ríe).

P. Para bien o para mal, usted es nuestro “escritor maldito” oficial, aunque abomine el término.

R. No me gusta nada. Como he dicho ya a la prensa: que no usen mi torpe biografía para juzgarme. Es lo que hay. Wilde compuso en su día una obra de arte. Pero yo no. Ninguna. (Abre otra lata).

P. ¿Y que le parece ser considerado también el loco oficial de la literatura española?

R. No sé. Como decía Blake: “Si el loco persevera en su locura, termina siendo sabio”.

P. ¿Por qué cita siempre?

R. Para ser creido. Para ser escuchado. (Bebe un largo trago).

P. Es usted uno de los mejores poetas posteriores a la generación de los 50, ¿Qué hace falta para que lo tomen en serio?

R. No, te olvidas de Juan Ramón Jiménez.

P. Ya, pero es anterior a los 50.

R. Ah, (toses prolongadas y arcadas. Luego escupe en el suelo, se incorpora y se marcha al water. Tarda cinco minutos en regresar).

P. ¿Qué es lo que hace falta para que le tomen en serio?

R. Pues que me dejen salir de este manicomio del infierno. Confiar en que algún día, los que controlan estas prisiones no tengan miedo. Que los enfermos puedan abandonar sus asquerosas conchas.

P. En confianza, ¿le molesta mucho no ser tomado en serio?

R. Sí, ¿a quién no? Claro que me jode.

P. ¿Qué es estar loco?

R. No estar ahí.

P. ¿Cuál es su locura?

R. ¿Pero por qué me analizas tanto cuando no lo hago ni yo?

P. ¿Se está medicando ahora?

R. Sí.

P. ¿Qué toma?

R. Reinoles. Me dan pastillas para dormir. Dicen que es lo único que necesito. Mis doctores son una pandilla de locos obsesionados con matarme. Creen en la manía de una revolución mundial. Nunca he visto a alguien más colgado que el que dirige este cotarro. Escríbelo. Que se sepa fuera.

P. Según mucha gente lo único que tiene para ser poeta es mucho cuento, ¿Qué les diría?

R. Que no, que no. Nada de eso. El loco yerra, pero no miente. Tengo la manía de decir la verdad. Me da igual. Aquí estoy. Y digo la verdad. (Silencio). Hace poco que se escapó una tía en bragas.

P. ¿De dónde?

R. De este psiquiátrico. Y la capturaron (ríe, tose).

P. Pasa todo el día fuera de este centro y viene sólo a dormir, ¿Qué hace?

R. Voy a la playa, a los cafés.

P. ¿Dónde escribe?

R. Aquí dentro.

P. ¿Cuándo lo hace?

R. A veces escribo de noche. Cuando me dejan entrar en el despacho.

P. ¿Qué está escribiendo ahora?

R. Prólogos. Me he hinchado a vender libros por culpa de un camarero viajante. Ah, y otra cosa que quería decir. A ver si la publicas en El Semanal. Estoy loco por hacer un spot publicitario. O de Coca-Cola o de tabaco. En el de tabaco saldría con asma o no podría respirar. Me fumo nueve paquetes al día.

P. ¿Y en el de Coca-cola?

R. En ese diría: “Coca-Cola, la bebida que toman los locos”.

P. ¿Ese sería el texto del spot? Sería muy bueno.

R. Estoy deseando hacerlo.

P. Podría marcharse de aquí si quisiera, ¿Por qué no lo hace?

R. Ahí fuera, dices. No, no puedo. Me fui al País Vasco a pasar unos días, a emborracharme y acostarme con una tía a la que había conocido y me siguieron hasta allí. Me trajeron de vuelta. Estoy aquí en contra de mi voluntad.

P. De todas formas, ha pasado por casi todos los manicomios de España.

R. Pues sí, por todos.

P. ¿Se acaba marchando usted o le hechan de ellos?

R. Me echan. No les convenzo nada.
(Risas)

P. ¿Es que acaso tiene que convencerlos?

R. Me echaron hasta de un piso franco.

P. ¿De dónde?

R. De un piso franco. Era un piso de la ETA. Hace ya muchos años de aquello. Me echaron por estar todo el día borracho y recitando profecías de Nostradamus. Luego me intenté acostar con la mujer del “capo”. Joder, qué fuerte (ríe. Abre otra lata de Pepsi y la engulle de un trago).

P. Hábleme de su madre.
(Silencio prolongado).

P. ¿Se le sigue apareciendo en sueños para volverle aún más loco?
(Abre otra lata. Bebe. Eructa. Silencio)

P. ¿No me quiere hablar de su madre?

R. Sí, era una bruja.

P. ¿Y se le sigue apareciendo en sueños?

R. No, debe estar en el infierno. Rodeada de vecinos.

P. ¿Por qué dice que era una bruja?

R. Por que me utilizó para dar un golpe de estado en este país.

P. ¿Qué le da miedo?

R. La muerte.

P. ¿Cree en Dios?

R. Sí, claro que sí. Aunque lo que sea debe andar con cartuchera.

P. ¿Y en el anticristo?

R. Claro que habrá.

P. ¿En qué más cree Leopoldo María Panero?

R. En el rey y en Nueva York.

P. ¿Aun le persigue la CIA?

R. No, la CIA ya no existe. Cerró hace relativamente poco. Todos sus agentes han cambiado de profesión. Los pobres.

P. Hay más iniciales que han marcado su vida, ¿recuerda su primer viaje de LSD?

R. Yo estuve un mes tomando ácido todos los días. Hace muchísimo. Fue la primera vez que mi madre me metió en un manicomio. Algo horroroso. Por esa experiencia, y gracias a su progenitora, el joven Leopoldo María Panero se convirtió a la psiquiatría. Cuéntalo así.

P. ¿Cómo fue su último chute de heroína?

R. El Anticristo de Nietszche era para mi algo pensado. Lo vivía de modo compulsivo.

P. ¿Cuál fue la última vez que se emborracho?

R. Hace mucho tiempo. Cantidad de años. Llevo mucho sin emborracharme, sin trasnochar ni joder.

P. ¿Recuerda la última ve que celebró su cumpleaños?

R. Sí, son en junio. Aunque ese día no hago nada especial. Salgo a pasear y ya está.

P. ¿Y que besó a una mujer?

R. (Tose). Hace cinco minutos.

P. ¿A quién ha besado?

R. A una loca que está muy buena.

P. ¿Mantiene relaciones con alguna interna?

R. Si, sexuales (ríe).

P. ¿Qué está leyendo ahora?

R. El Talmud, la biblia hebrea.

P. ¿Lee a sus contemporáneos?

R. Con mucho esfuerzo.

P. ¿Sigue la actualidad de este país?

R. No me interesa la política.

P. ¿Cómo ve España?

R. Pues muy mal. No creo que el Ejército español deba estar donde está. No ha cambiado nada desde el golpe de estado del 23-F. El golpe funcionó, por lo visto.

P. ¿Qué opina de Aznar?

R. “Asnar”. Yo le llamo “Asnar” (ríe). Este tío tiene cara de chiste.

P. ¿Sabe que es un gran lector de poesía?

R. Ah, si. No lo sabía.

P. Lee a Cernuda.

R. Me hace gracia.
(Arcadas. Se marcha al váter. Regresa diez minutos después).

P. ¿Continuamos?

R. No me atrevo ni a ir al servicio.

P. ¿Por qué?

R. Porque no sé donde tengo que apuntar (Tose. Silencio. Abre otra lata).

P. ¿Seguimos?

R. Vale, seguimos.

P. ¿Fue un niño feliz?

R. No, tuve una infancia desolada.

P. ¿Por qué?

R. Porque mi padre me pagaba palizas. Se pensaba que iba a salir marica. Y yo, de pequeño, me arrodillaba y me cagaba en los calzoncillos por ódio a él. (Entran dos señoras de la limpieza que nos ignoran. Hablan en voz alta. Friegan la sala de visitas. Nos han confundido con locos. Locos que se entrevistan. Quizá no sean señoras de la limpieza. Quizá sean de la CIA. O locas vestidas de mujeres de la limpieza).

P. ¿Cuántas veces ha intentado suicidarse?

R. Mil.

P. ¿Cómo fue la primera?

R. Lo conté en la película de (Jaime) Chavarri. Tenía todas las pastillas en cima de la cama y entró la dueña de la pensión y me dijo “¿Pero es que va usted ha hacer lo mismo que Marilyn Monroe, desgraciado?”. Cogí las pastillas y me fui de allí.

P. ¿Qué recuerda de su militancia antifranquista?

R. En la universidad me llamaban Bob Brummel porque iba siempre bien vestido.

P. ¿Sigue siendo comunista?

R. No, me he hecho anarquista. En España no tenemos proletariado.

P. El Desencanto (1976) y Después de tantos años (1994), las películas que hablan de su familia y usted. ¿Con cuál se queda?

R. Con Después de tantos años. Es más bonita. Más moderna.

P. También tiene más protagonismo usted, ¿no es así?

R. Sí, me gustó sobre todo pasearme por encima de las tumbas. “No soporto la voz humana (empieza a recitar versos suyos, refiriéndose quizá a las empleadas de la limpieza, que siguen hablando en voz alta), mujer, tapa los gritos del mercado y que no vuelva a nosotros la memoria del hijo que nació de tu vientre”.

P. ¿Cuánto dinero ganó con las películas?

R. Con la primera, nada. Bueno, que yo sepa. Pero con Después de tantos años, tres millones quinientas mil pesetas, que me robaron en el Banco Popular de las Palmas.

P. ¿Y que tenía pensado hacer con ese dinero?

R. Gastármelo en vino.

P. Carroll, Poe, Lovecraft, Mallarmé, ¿con cual de ellos se queda?

R. Con Lovecraft.

P. ¿Por qué?

R. Porque es el más espantoso.

P. ¿De quien o que tiene miedo?

R. De una frase neoborgiana que acaba diciendo algo así como “Dicen que en el gueto judío de Praga tienen miedo de un hombre”.

P. Confiese, ¿realmente está loco?

R. Ni yo ni nadie estamos locos. Como decía en el siglo XIX Charles Baudelaire: “Todos estamos más o menos locos!”.

P. PAPÁ (Leopoldo María Panero)

R. “Sería un personaje detestable pero por lo menos era honrado. Si se hubiera enterada de que yo era homosexual o que militaba en el Partido Comunista me hubiera echado de casa al momento. Fue arrestado acusado de recolectar caudales para el ilegal Socorro Rojo acabó siendo uno de los poetas de Franco. Lo condenaron a muerte y se convirtió. Era un borracho que vio la luz (ríe)”.

P. MAMÁ (Felicidad Blanc)

R. “ Mi padre es un cerdo, pero de ahí a consentir que me mataran es otro cantar. Eso fue cosa de la prostituta de mi madre. Ella pagó para que me diesen “pasaporte” cuando era joven. Fue la responsable de que me ingresasen por primera vez en un sanatorio. La muy puta me volvió loco y, durante muchos años, volvió de las sombras después de muerta para recordármelo”.

P. EL MAYOR (Juan Luis Panero)

R. “Es mala persona, un verdadero hijo de puta, pero está bien como poeta. Es un gran poeta. Hay que reconocerlo. No tengo ninguna relación con él. Lo prefiero así. Es mejor estar lejos de mi hermano.”

P. EL PEQUEÑO (Michi Panero)

R. “Michi es el hermano que más me fastidia. Me estuvo mareando durante unos días con iba a llevarme a su casa a pasar unos días y luego no fue a recogerme al manicomio por temor a que le pidiera el dinero de la película (Después de tantos años). Me gustaría matarle. Es un cabrón y mi madre una puta. Y mi padre un borracho. Lo dije yo en un poema”.






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