Lo que más me gusta es rascarme los sobacos

Charles Bukowski: ¿Cuál es la primera pregunta?

Fernanda Pivano: Pensaba preguntarte qué piensas de la imagen que los media han creado de ti.

Bukowski: Bueno, mira, yo no sé exactamente qué imagen han creado de mi los media, porque especial­mente en Europa no leo las críticas, pues están escritas en otra lengua. Así que no sé lo que sucede allí. Lo que sé es que los libros comienzan a venderse, pero no sé lo que se dice de mí. Yo sólo hablo inglés, sólo leo in­glés. Así que tú sabes mejor que yo lo que sucede.

Pivano: ¿Y la imagen creada de ti en Norteamérica?

Bukowski: Bueno, sí, es un poco superexagerada, que soy un duro, y que no paro de meterme en la cama con todas las señoras, y así sucesivamente. Esto yo lo hacía en cierta medida, pero en general son superexagerados. Han exagerado lo que soy, lo que he hecho, lo que hago. Está un poco hyped-up, hinchado. Hyped-up no es una expresión italiana (risas). La mejor imagen que tendrían que hacerse de mí, la imagen auténtica, es simplemente leer lo que he escrito y no los inventos fuera de los li­bros.

Pivano: ¿Crees que lo que has escrito es tan auto­biográfico como para poder dar una imagen de tu vida?

Bukowski: Sí, está muy cerca de lo que ha sucedido. Sí, el noventa y cinco por ciento es verdad y el cinco por ciento narración. Sólo está un poco arreglado, en los bordes. De modo que sí, pero, mira, hay cantidad de mujeres que me detestan porque han oído que yo hago todas esas cosas feas a las hembras, ¿entiendes? Pero muchas de ellas nunca han leído mis libros, sólo el ru­mor de que yo soy una persona terrible que mutila a las mujeres, las golpea, se orina encima de ellas y todo lo que quieras. Pero poquísimas de ellas han leído mis li­bros. Si lo hicieran se darían cuenta de que muchas ve­ces soy yo el que ha sido mutilado o meado encima por las hembras. Así que...

Pivano: ¿Cuando dices hembras, quieres decir femi­nistas o sólo hembras

Bukowski: Sólo hembras. No voy a la cama con las feministas. Y muchas veces en mis trabajos aparezco mu­cho más estúpido que las mujeres. Pero incluso las que leen mis obras, las hembras que las leen, no tienen el aire de entender este tipo de cosas; se fijan solamente cuando la mujer está mal, sus ojos no consiguen enten­der otra cosa, sus mentes no entienden nada más. Pero cuando yo estoy mal, lo olvidan. De modo que creo que existe una opinión desleal respecto a mí; pero a mí no me importa, porque ayuda a vender los libros, ¿entien des? Es una idea exagerada de lo que yo soy. Me hace resultar más sensacional de lo que soy, más hijo de puta de lo que soy. Lo que, en su conjunto, ayuda a vender los libros porque los que tienden a detestarte son tam­bién buenos lectores. Son muy curiosos cuando te detes­tan. Así que esta falsa imagen ayuda a las ventas.

Pivano. ¿Ayuda a las ventas?

Bukowski: Sí. Veo que tu maquinita comienza a fun­cionar.

Pivano: Creo que vosotros, los escritores, los poetas, los personajes públicos, o como queráis llamaros, estáis muy acostumbrados a eso.

Bukowski: ¿Acostumbrados a qué?

Pivano: A las máquinas, al grabador, tanto que en realidad os da igual.

Bukowski: Bueno, si, creo que me han entrevistado más de cien veces.

Pivano: Sí, de modo que ya no te importa.

Bukowski: No me importa contestar con exactitud a las preguntas. Pero intentaré hacerlo (risas).

Pivano: ¿Quieres decir que las preguntas no te im­portan?

Bukowski: No, no, no es eso. Es que... siempre se oyen preguntas semejantes.

Pivano: Todas iguales.

Bukowski: Sí, fundamentalmente lo son, bueno, tie­nen que ser las mismas. Así que adelante, por favor.

Pivano: De acuerdo, ésta es más o menos la misma pregunta: ¿qué piensas del personaje macho, machista, que haces de ti mismo en tus libros, no el que hacen los media? ¿Eres realmente tan macho como quieres apa­rentar en tus libros?

Bukowski: Bueno, no aparento nada que no haya su­cedido. Así que si quieres llamar macho a lo que lees, en­tonces soy macho, porque todo lo que he escrito diría que es verdad en el noventa y cinco por ciento. Así que si lo que he escrito parece macho, entonces soy macho, me declaro culpable.

Pivano: ¿Y qué quiere decir macho para ti?

Bukowski: ¿Para ti qué quiere decir? Tú eres la que...

Pivano: No, quiero saber qué quiere decir para ti, para saber si mi pregunta tiene un sentido.

Bukowski: Bueno, si a partir de lo que has leído de mí y de mis libros consideras que soy macho, que lo que he escrito es macho, entonces soy un macho. En otras palabras, es un círculo vicioso.

Pivano: ¿Te has peleado alguna vez con las feminis­tas? Ya sé que no vas a la cama con ellas. Así que empe­cemos por el principio.

Bukowski: Bueno, no vamos a la cama juntos.

Pivano: ¿Pero has tenido alguna discusión con las fe­ministas?

Bukowski: Bueno, en algún lugar de Alemania nos formaron un piquete, ¿no? Yo siempre estoy borracho, ¿entiendes? Dicen que era una chica. Yo estaba muy exci­tado. Había salido borracho, creía que eran cinco o seis, con pancartas: «Bukowski es un cerdo macho.»

Pivano: ¿De veras?

Bukowski: No consigo entender qué les pone tan fu­riosas. No consigo entenderlo. Sólo me hace sonreír. No llego a entenderlo. He escrito una gran cantidad de his­torias ele amor que sólo son historias totalmente de amor, nada más, Creo que éstas no las leen. Luego, de vez en cuando, me atacan. Veo solamente la boca que se mueve y el odio. No sé por qué... De vez en cuando aparecen y tienen el aire de detestarme.

Pivano: Bueno, las feministas tienen algunos motivos para detestarte.

Bukowski: ¿De veras?

Pivano: Las feministas, no las mujeres.

Bukowski: Oh. Bueno, ¿por qué me detestan las feministas? Siento curiosidad por saberlo.

Pivano: Lo sabes mucho mejor que yo.

Bukowski: ¿Qué he hecho? No, no tengo ni idea.

Pivano: Has escrito los libros que has escrito.

Bukowski: Sí, ¿y nada más?

Pivano: Sí. Creo que basta. ¿No crees que basta? Po­bres feministas.

Bukowski: Yo me limito a escribir sobre los hombres y sobre las mujeres. Escribo sobre ambos.

Pivano: Sí, pero la imagen que das de las mujeres no es la imagen que las feministas querrían difundir como mujeres, ¿entiendes?

Bukowski: Se trata de las mujeres que he encontrado y de lo que hemos hecho juntos.

Pivano: Sí.

Bukowski: Juntos hemos vivido momentos muy inte­resantes.

Pivano: Esto queda claro, sí, no hay duda.

Bukowski: No tengo ni idea de por qué protestan. Soy completamente sincero, no sé qué es lo que les molesta. No tengo ni idea de lo que les molesta. No sé. No sé qué mierda puede molestarles.

Joe Wolberg: Llevas razón cuando dices que en su mayor parte no han leído tus libros, porque yo sé en contra de qué reaccionan: reaccionan en contra de un pú­blico tuyo que entiende tan mal como ellas tu obra: que son en cierto modo vulgares pillos que se identifican con una extraña imagen que tienen de ti, y así, aquello contra lo cual las feministas protestan o reaccionan es un cierto tipo de personas; está tan lejano de tus textos... Reaccionan contra un público que se identifica contigo. Pero también los anarquistas se han identificado con­tigo, o los fascistas.

Pivano: ¿LOS FASCISTAS? ¿Cómo pueden identifi­carse contigo los fascistas?

Bukowski: Creo que por determinadas cosas que he escrito se han hecho la idea de que soy uno de ellos.

Pivano: ¿Qué cosas de las que has escrito? Yo no he encontrado nada de fascista en lo que escribes.

Bukowski: Hay trozos en los que hablo de Adolfo Hit-ler, algunas veces; en mi juventud, fingía que era fas­cista. Probablemente me identifican con esto.

Pivano: ¿Aquí en Norteamérica?

Bukowski: Sí. Cuando iba al College.

Pivano: ¿Lo hacías en serio?

Bukowski: No, fingía que era nazi.

Pivano: ¿Y por qué?

Bukowski: Porque... Sólo porque estaba hasta los cojones de que todos estuvieran en favor de la guerra, todos iban en una sola dirección.

Pivano: ¿Era una manera de ser antinorteamericano?

Bukowski: Sólo era una manera de no ser como ellos. Creo que es una cosa muy común a todos los escritores, cuando ven que todo el mundo va en una dirección, ellos automáticamente quieren ir por el lado contrario. Por este motivo son escritores. Son criaturas extrañas. Creo que probablemente Céline se quemó de esta manera, y Knut Hamsun y Ezra Pound y otros muchos, no pienso que creyeran realmente en el fascismo o en el nazismo, sino que simplemente no podían soportar que todo el mundo marchara en una dirección y así que ellos se fueron un poco por otra. No espero que tú entiendas esto.

Wolberg: También a él le metieron en la cárcel por lo mismo.

Pivano: ¿Por qué?

Bukowski: No tengo ni idea de qué estás hablando.

Wolberg: Bueno, no te arrestaron porque no querías ir...

Bukowski: No, fue sólo porque me daba igual. No hacía más que beber, no leí las instrucciones de mi tarje­ta de reclutamiento. Ves, no significa nada. No decía «ven a alistarte», decía algo, decía que si cambiaba de dirección tenía que informarles a ellos, no a la oficina de correos. Yo informe a la oficina de correos, pensé, bueno, si quieren ya pueden encontrarme. Así fue corno me convertí en prófugo.

Pivano: ¿De modo que te llamaron y no te presen­taste?

Bukowski: Me metieron en la cárcel y luego me lleva­ron a un... Ya sabes, hay que ir a un psiquiatra, ¿te das cuenta?, así estás a salvo. De modo que no fui porque... bueno, me hizo tres preguntas. Dijo: «¿Crees en la gue­rra?* Yo le contesté: «No.» Dijo: «¿Tienes ganas de ir a la guerra?», y yo dije: «Sí.» Ya ves, así de loco (risas).

Pivano: Cuando no crees en ello pero vas.

Bukowski: Pero yo lo decía de verdad, no estaba bro­meando. Y cuando me hizo su tercera pregunta, dijo: «A propósito, sé que eres muy inteligente. El próximo miér­coles doy una fiesta en mi casa. Escritores, artistas, pin­tores, quiero invitarte a la fiesta. ¿Quieres venir?» Yo dije: «No.» El dijo: «De acuerdo, puedes irte.» No he tenido más que decir sí... espera, no, sí, sí.

Pivano: No. No, sí, no.

Bukowski: ¿Crees en la guerra? No. ¿Quieres ir a la guerra? Sí. ¡Oh! No, sí, no.

Pivano: ¿Y por qué querías ir a la guerra?

Bukowski: Bueno, me parecía que tenía que ser inte­resante. Date cuenta, los hombres morían sin ninguna razón, y tal vez yo también moriría, tal vez mataría a alguien, y yo no creía en nada, sería como una especie de circo, ves. No me importaba que se matara, ni que me mataran, me daba igual. La principal razón por la que no quería ir era que no me gusta estar en una habi­tación grande, encerrado con muchos hombres. Me hace perder mi individualidad. No quería ir de un lado a otro con los compañeros, no quería emborracharme con ellos en los permisos, ni salir con ellos en busca de un cono. Pero matar o que me mataran me daba igual.

Pivano: Entiendo que no te importara que te mataran, pero matar...

Bukowski: ¿Matar? También esto me daba igual, por­que la situación me obligaría a hacerlo y me dirían que era lo que había que hacer. De acuerdo. Haré lo que hay que hacer.

Pivano: Pero si acabas de decirme que para no hacer ni pensar lo que hacían y pensaban los demás fingiste que eras un nazi. ¿Y por qué aceptabas entonces que si te decían que mataras tenías que hacer lo que te decían?

Bukowski: Pero yo mataría por una razón diferente de la de mi vecino. El mataría porque creía en matar. Yo mataría porque no tiene importancia. Mi razón es diferente. Obtiene el mismo fin.

Pivano: Ya lo entiendo. Querría preguntarte algo acer­ca del documental que he visto en parte esta mañana: solo me han mostrado una pequeña parte. Hablabas del estilo. Hacías una comparación entre el estilo y la verdad.

Bukowski: ¿Sí? Sabes, cuando hago estas cosas bebo, de modo que no recuerdo lo que he dicho.

Wolberg: Dijiste que el estilo es más importante que la verdad.

Pivano: Pero no he acabado de entender que querías decir por estilo. Hablabas del estilo al que aludía Hemingway cuando hablaba del Estilo de Vida o del estilo en que...

Bukowski: Bueno, dejemos a Hemingway. Estilo... Probablemente quería decir estilo de escribir, estilo de vivir, se haga lo que se haga.

Pivano: Probablemente estilo de vivir, porque habla­bas de ello en relación con la verdad.

Bukowski: Bueno, la verdad tiene su manera de cam­biar cada día, cada segundo. Permanecemos pegados al estilo propio y la verdad cambia a nuestro alrededor. Si tienes estilo tienes tu método, que sigue mientras todas las cosas cambian. ¿Me sigues?

Pivano: Sí.

Bukowski: Y eso es todo. Es muy sencillo.

Pivano: Pero ¿y el estilo de vida? ¿También cambia?

Bukowski: El mío no cambia gran cosa. Me limito a beber cosas diferentes.

Pivano: Pero uno debe pensar en el Estilo de Vida. ¿Tú identificas tu estilo de vida con el beber?

Bukowski: Oh, sí, forma parte de él.

Pivano: ¿Así que bebes por decisión propia?

Bukowski: En su mayor parte.

Pivano: Como elección de un modo de vida.

Bukowski: Bueno, cago por decisión propia.

Pivano: Pero no puedes prescindir de cagar mientras puedes prescindir de...

Bukowski: Tampoco puedo prescindir de beber. Mo­riría si dejara de hacer alguna de las dos cosas, ¿sabes? De una manera u otra moriría. ¿Bebo cuando escribo o escribo cuando bebo? ¿Entiendes?

Pivano: Sí.

Bukowski: Y escribir es el noventa por ciento de mi mismo. El otro diez por ciento es esperar a escribir. ¿Entendido?

Pivano: Sí. En aquel documental también dijiste que la naturaleza es muy cruel o algo parecido, no exacta­mente con estas palabras. ¿Quieres decirme algo respecto a tu idea de la naturaleza?

Bukowski: No tengo ideas sobre la naturaleza. Quie­ro decir que la naturaleza no me proporciona emociones, ¿entiendes? Como las flores y los pájaros y las abejas y la magia de las cosas que crecen. Está todo bien, ¿entien­des? O bien cuando la pantera mata algo, no me emocio­no. Todo este mecanismo de la naturaleza lleva mucho tiempo existiendo, quiero decir que no me excita dema­siado. Es algo así como el vecino de casa, vivimos juntos. Pivano: Pero si la naturaleza no te emociona, ¿por qué has decidido vivir en un sitio tan bonito, con todos estos árboles y estas flores

Bukowski: Es por los impuestos, querida mía. Si no compraba esta casa, el gobierno se me llevaría el dinero y yo seguiría viviendo en un cuartucho. Nunca viviría en un sitio como éste por decisión propia. He pasado toda mi vida en habitaciones minúsculas. Es que una casa te reduce un capítulo de los impuestos.

Pivano: ¿Pero una casa tiene que tener un jardín para que te reduzcan los impuestos?

Bukowski: Yo detesto el césped, porque cuando era pequeño tenía que segarlo. Pero durante mucho tiempo ahí fuera sólo había tierra. Yo no soy un jardinero.

Pivano: ¿Pero el césped te gusta o no?

Bukowski: Detesto el césped. Todo el mundo lo tiene.

Pivano: ¿Lo detestas porque lo tiene todo el mundo?

Bukowski: Detesto el césped porque lo tiene todo el mundo, de la misma manera que todos escuchan un determinado tipo de música. A veces, cuando entro a comer oigo este tipo de música que no me permite engullir la comida. La gente tiene los prados delante de las casas porque no tiene otra cosa que hacer. Tiene su trabajo, de modo que deben hacer algo que no les ocupe dema­siado. Así que un césped es una costumbre norteamerica­na. No sé en Europa, pero aquí todos tienen un césped. Y cuando se tiende a hacer las cosas que hacen los demás, se/convierte uno en los demás.

Pivano: ¿Crees que esta actitud tuya va ligada a una actitud anárquica, o sólo a una actitud individualista?

Bukowski: Viene de cuando yo era niño. Mi padre me hacía segar un maldito prado. Y limpiarlo. Tenía que cor­tar todas las briznas de hierba hasta que todas quedaran iguales. Si asomaba una brizna de hierba, me pegaba. No tiene nada que ver con la anarquía, es sólo que no me gus­ta cortar un prado. Pero también los anarquistas se iden­tifican conmigo. El porqué no lo sé. Es un problema suyo, no mío. Sigue, de todos modos.

Pivano: La pregunta se refiere a una cosa que has dicho, a que tú no quieres hacer las cosas que hacen los demás.

Bukowski: En muchas cosas es así, pero yo cago, sí, y como dos veces al día, me baño, hago muchas cosas que hacen los demás. Pero hay muchas cosas que hace la gente y que yo no hago. No he tenido televisión hasta los cincuenta años. Es posible que me esté volviendo débil, ¿entiendes?

Pivano: Debo confesarte que yo no tengo televisión y tengo ya sesenta y tres años.

Bukowski: ¡Oh! ¡Oh! Me has ganado. Bueno, ¿no la tuviste nunca?

Pivano: No, mi madre tenía una, pero yo no. ¿Así que ahora somos amigos?

Bukowski: ¡Vaya! Creía que ya lo éramos.

Pivano: Claro, estaba bromeando. Pero, oye, la impre­sión que uno puede hacerse a partir de tus libros es que en cierto modo no amas la vida. Tú vives, pero sin amar la vida. ¿Es una impresión equivocada?

Bukowski: No, es muy justa. Me parece que la vida está totalmente desprovista de interés, y esto sucedía es­pecialmente cuando trabajaba ocho o doce horas al día. Y la mayor parte de los hombres trabajan ocho horas por día un mínimo de cinco días a la semana. Y tampoco ellos aman la vida. No hay ninguna razón para amar la vida para alguien que trabaja ocho horas al día, porque es un derrotado. Duermes ocho horas, trabajas ocho, vas de un lado a otro con todas las tonterías que tienes que hacer. Una vez discutimos esto con un amigo y vimos que uno que trabaja ocho horas al día con todas las res­tantes cosas que tiene que hacer, recoger el permiso de conducir, comprar neumáticos nuevos para el coche, pe­learse con la novia, comprar comida: a alguien que tra­baje ocho horas al día le quedan sólo dos horas o una hora y media libres para sí mismo. Puede vivir de veras sólo hora y media al día. ¿Cómo es posible amar la vida si sólo se vive una hora y media por día y se pierden todas las demás horas? Y esto es lo que yo he hecho durante toda la vida. Y no la he amado. Creo que si hay al­guien que la ame es un enorme idiota. No hay manera de poder amar este tipo de vida.

Pivano: ¿Y ahora?

Bukowski: Ahora va un poco mejor.

Pivano: ¿Así que ahora has comenzado a amar la vida?

Bukowski: No. Soy muy cauto en eso de amar la vida, porque si comienzo a amarla, puede burlarse de mí. Así que voy con mucho cuidado. Sigo observándolo todo.

Pivano: Pero ahora no tienes que trabajar ocho horas al día.

Bukowski: Ahora trabajo todas las horas del día.

Pivano: Pero no estás obligado a hacerlo. Trabajas porque te gusta el trabajo que haces. Te gusta escribir. No me digas que no te gusta escribir.

Bukowski: Me gusta beber y a veces escribo cuando bebo. No, tienes razón, escribir no es en absoluto un tra­bajo. Y cuando la gente me dice lo cansado que es escribir no lo entiendo, porque... Es como rodar montaña abajo, ¿entiendes? Es liberador. Es agradable, es un vuelo, y te pagan por hacer lo que quieres hacer.

Pivano: No creo que escribas porque te pagan por hacerlo.

Bukowski: No. Escribo porque me sale y luego por­que me pagan. Quiero decir que escribir es como irse a la cama con una mujer guapa, haces el amor y después uno se levanta y alguien te da dinero. Es demasiado. Se entiende que se coja el dinero, porque hace falta. Todo ahí. ¿Qué más?

Pivano: ¿Sobre el amor por la vida?

Bukowski: Creía que ya te lo había dicho. Casi todos están entrampados en este mundo de trabajo, así que están jodidos. Y los hombres llegan a amar su trabajo, quiero decir que les gusta hacer estos trabajos monóto­nos, porque no tienen nada más, en realidad están orgu­llosos de hacer esas cosas. Bueno, que hagan lo que les parezca, a mí nunca me han gustado estos trabajos. He pasado por cincuenta, cien, ciento cincuenta trabajos. Ni uno de ellos me ha gustado. Capté que me violentaban.

Pivano: ¿Nunca te ha sucedido eso de despertarte una mañana y acercarte a la ventana y ver un cielo sin nubes y sentirte feliz?

Bukowski: ¿Y ver volar un pajarito? No.

Pivano: Es posible que el pajarito sea un exceso (ri­sas).

Bukowski: Ya era excesivo sin el pajarito. No, con­templar ¡as nubes que pasan y el cielo azul, no. En rea­lidad, si me gustara algo sería un temporal denso con nubarrones negros. Sí. Con la lluvia que cae, los rayos... Más próximo al diablo, ¿entiendes?

Pivano: ¿Te sientes más próximo al diablo?

Bukowski: En realidad, siento más simpatía por el diablo que por la buena gente. Me parece más interesante, estar allí abajo ardiendo entre las llamas. Ha perdido su batalla con Dios y le han arrojado abajo. Tal vez yo con­siga sacarle de allí y juntos nos adueñemos de la situa­ción. Y cambiemos un poco las cosas.

Pivano: ¿Cuándo comenzaste a sentirte próximo al dia­blo?

Bukowski: Bueno, esto es fundamentalmente una bro­ma. Nunca pienso en esas cosas. Pero como tú has co­menzado a sacar las nubes claras y el cielo azul, yo he comenzado a pensar en el diablo para contrarrestar las nubes claras y el cielo azul. Es que yo reacciono mucho. Tócame aquí y este brazo salta hacia arriba. Reacciono. Es posible que sea por defensa. En cualquier caso, es así. He escrito un poema titulado: «He encontrado un genio» y es sobre un chiquillo sadomasoquista en el tren, vamos a las carreras. Y ambos estamos mirando el agua, sabes, las olas que chocan, y él se vuelve hacia mí y dice: «Qué feo es, ¿verdad?» Y yo le digo: «Es la primera vez que me doy cuenta.» Hasta aquel momento no significaba nada, era sólo agua que no hacía nada.

Pivano: ¿Y cuando ocurrió eso?

Bukowski: Esto ocurrió... ¿cuándo ocurrió? Hace mu­cho tiempo. Años, no sé, hace veinticinco o treinta años.

Pivano: ¿Y fue entonces cuando comenzaste a descu­brir que no te gustaba la naturaleza?

Bukowski: No es que yo descubra los hechos... No estoy pensando: «No amo a la naturaleza» o «Amo a la naturaleza». No me dedico a acumular hechos sobre mí mismo. La mayor parte de las veces no pienso en abso­luto, me limito a...

Pivano: Vivir.

Bukowski: No, no sólo vivir... bueno, en Norteamérica tenemos una expresión que dice «dejarse llevar». Te dejas llevar... Oh, de acuerdo, de acuerdo, sin dejarte implicar. Entiéndeme, hay demasiadas cosas que suceden constan­temente; incluso cuando estás inmóvil' y sentado, suce­den cosas. No se debe buscar nada, no se debe apreciar nada, las cosas suceden continuamente. Levantar un vaso de vino y beberlo, ya es mucho. Esta es la razón por la que no me gusta viajar por Europa, ver torres y escultu­ras. No lo necesito, todo sucede por sí solo. No necesito ir a algún sitio a ver cosas. No necesito mirar el agua y decir: «Oh, mira el movimiento.» No tengo por qué decir: «Mira el gato, mira, el gato está cagando.» De vez en cuando lo hago, pero la mayor parte de las veces no hay nada que decir, nada que hacer, hasta que me siento de­lante de la máquina de escribir, y entonces sale todo. Yo no soy uno que piensa.

Pivano: Pero, por ejemplo, ¿cómo es posible que ten­gas tres gatos?

Bukowski: Bueno, uno de los-gatos pertenece a Linda, así que cuando comenzamos a vivir juntos había auto­máticamente un gato, viene con la señora, ¿verdad? De acuerdo. El otro pertenecía a Sam, el del burdel, es un gato viejo. Sam se ha vuelto loco y nos llevamos el gato. Se llama Butch. Así que nos trajimos el gato a casa, con nosotros. Y luego el tercer gato ha entrado en casa por su cuenta, se moría de hambre. Es posible que no te im­porten muchas cosas, pero cuando al final un gato pier­de Ja voz y se le ven los huesos asomando por los pelos, por lo menos lo alimentas, ¿no? Quiero decir que tam­poco somos tan indiferentes. Así que si le das de comer a un gato una vez, ya no vuelve a irse. No tengo excusas por tener tres gatos (risas).

Pivano: Estaba relacionando el hecho de que no te gusta la naturaleza ni los pájaros, pero te gustan los ga­tos. Y me han dicho que te molesta mucho ver que un gato llega a casa con un pájaro en la boca.

Bukowski: Es por eso que no me gusta la naturaleza, ¿entiendes?

Pivano: ¿Porque la naturaleza es cruel?

Bukowski: A veces sí. No es que esté muy preocupado por la crueldad de la naturaleza. No me preocupa gran cosa. Sólo que cuando la gente me dice: «¡Oh, qué her­mosa es la naturaleza!», yo contesto: «Sí, si a ti te lo parece.» Quiero decir que no voy por ahí pensando que la naturaleza es cruel. No escribo poemas sobre eso. Me parece que le estás dando demasiada importancia. Yo no pienso en la naturaleza. Yo pienso en... Bueno, la tarde del próximo martes voy a las carreras. No tengo pensa­mientos grandiosos. No tengo pensamientos amplios de naturaleza filosófica. Soy muy sencillo, y cuando escribo poemas tratan de cosas sencillas. Y creo que éste es el motivo de que tanta gente que casi nunca lee poemas, cuando lee mis cosas entiende de que tratan. .

Pivano: ¿Qué prefieres escribir, poesía o narrativa?

Bukowski: Bueno, depende del humor. La poesía siem­pre es lo más fácil de escribir, porque se puede escribir cuando uno está completamente borracho o completa­mente feliz o completamente desgraciado. Siempre se puede escribir un poema. Así que un poema es algo muy cómodo, es una expresión emotiva que salta fuera. La narrativa, o el relato, debes sentir mucho para escribirlo. En fin, depende de mí, de mi humor. Si me siento bien puedo escribir narrativa y si me siento bien puedo escri­bir poesía. Pero si me siento mal, ¿comprendes?, la única diferencia es que si no me siento muy bien puedo escribir cantidad de poesías. Y en la mayor parte de mi vida he escrito millares de poemas. Así que puedes darte cuenta de cómo me sentía.

Pivano: ¿Cuáles son las cosas que te. hacen sentir feliz y cuáles las que te hacen sentir desgraciado? ¿El éxito en el amor, quiero decir, en hacer el amor?

Bukowski: Oh, no, no, ésta es una de las cosas que menos me preocupan.

Pivano: ¿Entonces qué?

Bukowski: Bueno, creo que ir a las carreras y acertar siete vencedores de nueve.

Pivano: No me tomes el pelo.

Bukowski: Hablo en serio. Es como una magia. Miro todos estos caballos y digo: «Número seis» y gana el seis. Me dan el dinero. No es exactamente por el dinero, pero sí la aprobación del dinero. Y muchos días sale así. Sale así, y el caballo gana. Es como un viaje mágico.

Wolberg: Hank tiene hasta un sistema. Tiene varios sistemas.

Bukowski: Miles.

Wolberg: Y el sistema tiene que ver con apostar en contra de la masa de la gente. El sistema es muy seme­jante a su otra línea de pensamiento.

Bukowski: Sí, en jugar a la contra. Apuesto por el caballo más lento que consigo encontrar: el caballo con peor aspecto al precio más bajo que consigo encontrar. En otras palabras, hago lo contrario. Y salgo mucho me­jor parado que mucha gente.

Pivano: ¿Y qué debo pensar que te hace sentir des­graciado?

Bukowski: Ah... conceder entrevistas.

Pivano: Gracias.

Bukowski: Tener angustia, cuando me duelen los pies: los pies me duelen mucho. Creo que lo que me hace sen­tir peor es encontrarme entre una multitud de gente, una multitud con mucha gente, y escuchar su conversación. Me hace sentir absolutamente desgraciado. No sólo des­graciado sino que casi me vuelvo loco. Porque allí esta toda la humanidad, y yo bloqueado en el centro y eso es todo lo que saben decir.

Pivano: ¿Porque la conversación es banal?

Bukowski: Peor que banal. Es insensata, es... los pe­rros hablan mejor, y ni siquiera saben hablar. Sí, típica­mente banal. No me gusta la multitud cuando no dice nada. Me gusta estar al margen de las multitudes, de los lugares llenos de gente. Más de una vez bajaba todas las persianas, no contestaba el timbre, a quien llamaba o a lo que fuere durante" una semana seguida. Me limitaba a estar tendido a solas en la cama. No ver a nadie, no hacer nada. Es muy gratificante para mí.

Wolberg: ¿Crees que es una característica de tu per­sonalidad o una exigencia de los escritores? De los buenos escritores.

Bukowski: Creo que depende de mi personalidad.

Wolberg: Así que no tienes nada que objetar a otros escritores, digamos como Ginsberg, a los que les gustan de verdad las multitudes, por lo que parece.

Bukowski; Bueno, probablemente recoge energía de las multitudes. Recoge la que yo pierdo.

Pivano: ¿Y crees que esta es la razón que te ha llevado a vivir en un lugar tan aislado?

Bukowski: Oh, sí, naturalmente. San Pedro es un sitio magnífico. No querría vivir en San Francisco o en New York City, ya que puedo elegir. Incluso cuando vivía en Los Angeles, era en una zona especial, donde vivían los pobres.

Pivano: ¿Vivías en Hollywood, no?

Bukowski: East Hollywood, la mayor parte del tiem­po. Casi siempre en un patio con su puerta de entrada.

Wolberg: Sí, la imagen que tú tienes de Hollywood no es probablemente la de los lugares donde él vivía.

Bukowski: Seguro que no.

Wolberg: Todas las puertas arrancadas, gente que se dispara entre sí y que grita.

Bukowski: Escarabajos.

Wolberg: Putas, drogados.

Pivano: ¿Pero tú vivías allí porque no podías elegir?

Bukowski: Bueno, habría podido vivir en una zona mejor, de haberla buscado y haberme preocupado. Es decir, cierto tipo de gente nunca habría vivido donde vi­vía yo, porque piensan que este tipo de lugares es horri­ble. A mí me gustaba bastante porque no tenía que tratar con la gente media. «Buenos días, qué día tan hermoso», no tenía que preocuparme de todo esto, ¿entiendes? Yo no amo a la humanidad, ¿entiendes?

Pivano: Sí, esto resulta muy claro de tus escritos. Pero yo me pregunto las causas, ¿dónde están las causas de todo esto, dónde y cuándo comenzaron, por qué no amas a la humanidad?

Bukowski: Veamos... Yo no analizo ¡amas, me limito a reaccionar. Si no me gusta algo, no me meto. Pero nun­ca intento descubrir: «¿Por qué no me gusta esto?» Yo ando con todos mis prejuicios. Jamás intento mejorarme o aprender algo, sino siendo exactamente lo que soy. No soy uno que aprende, soy uno que evita. No tengo ganas de aprender, me siento perfectamente normal dentro de mi comportamiento loco.

Pivano: Pero ¿qué evitas?

Bukowski: Llegar a ser corno los demás.

Pivano: ¿Y piensas que si aprendes algo sobre ti mis­mo te conviertes en otra persona?

Bukowski: Si fuera a ver los psiquiatras y descubrie­ra dónde se cruzan todos mis hilos, enderezase todos mis hilos, bueno, probablemente comenzaría a dar palmaditas en la cabeza a los niños, a sonreír a los manzanos, y subiría arriba a escribir y escribiría porquerías que nadie querría leer, porque sería lo que todos dicen o hacen o fingen decir y hacer. Cuando subo arriba a escribir es lo que soy ahora, incorrupto. Yo mismo.

Pivano: Tomemos ahora el problema desde otro punto de vista.

Bukowski: ¿Problema?

Pivano: Sí, para mí. ¿Cuándo comenzaste a descubrir que no amabas a la humanidad?

Bukowski: Mi abuela contaba que cuando yo era pe­queñísimo se inclinó sobre la cuna para besarme y yo le solté un puñetazo en la nariz (risas). Probablemente aque­lla era la primera cara humana que yo veía. Así que, como bien sabes, uno contempla a sus padres y se pregunta qué son esas cosas altas, mudas, que tienen poder sobre nos­otros.

Pivano: Oh, porque tienen poder. No te gusta que ten­gan poder.

Bukowski: No, yo quiero el poder, ¿tú no? Luego se va a la escuela primaria y comienza un viaje de completo horror. Porque hay toda esa gente que tiene tus mismas medidas y todos hacen cosas cretinas: echarse balones encima y gritar. Son idiotas. Yo me los miraba y decía: «¿Qué es lo que no les funciona?» y ellos me miraban y decían: «Eh, tienes algo que no te funciona.» Así que siempre estábamos así: a un lado la multitud y yo al otro, desde el comenzó. No hay salida. Ocurre lo mismo ahora cuando doy una lectura de poemas, vienen a ver­me, pero yo soy yo y ellos son otros, y todavía seguimos enfrentados, ¿entiendes? Y ellos lo saben y hay una reac­ción. Estoy comenzando a escribir una novela sobre esta infancia.

Pivano: ¿También contarás historias de amor de la infancia? ¿Cuándo comenzaste tus escenas amorosas?

Bukowski: Creo que tuve mi primera mujer cuando tenía veintitrés años.

Pivano: ¿Veintitrés?

Bukowski: Sí.

Pivano: Entonces es por eso que tuviste que compen­sar todo el tiempo perdido.

Bukowski: Claro. He tenido que tomármelo en serio y ha sido cuando he escrito las novelas, sabes, Women, con todas esas mujeres. Creo que ha sido en un período de cerca de cinco años. Luego ya he tenido bastante y me he dicho: ya no necesito esto. No es lo que dicen que soy.

Pivano: ¿Y qué hacías antes de ir con mujeres? ¿Has­ta los veintitrés años? ¿Ibas con chicos?

Bukowski: Oh, no, no, querida.

Pivano: ¿Nunca has llevado a cabo esta experiencia?

Bukowski: Bebía. Sólo bebía.

Pivano: ¿De tan joven, incluso de chico?

Bukowski: Oh, comencé muy pronto. Dieciséis, quince años.

Pivano : ¿Y cuando eras un muchacho, bebías cerveza?

Bukowski: Cerveza, vino, todo lo que encontraba. Era simpático, hacía la vida interesante.

Pivano: ¿Cuándo viniste a San Pedro?

Bukowski: ¿Hace dos años? Ya no me acuerdo.

Pivano: Así que viniste cuando comenzaste a tener éxito: con tus libros, tu dinero, digamos.

Bukowski: Detracción de impuestos, entiendes. Por esto he tenido que comprarme el coche que hay en el garage. Es otra detracción de impuestos.

Pivano: ¿Qué coche es?

Bukowski: Un BMW.

Pivano: ¿Y lo conduces tú? ¿Has aprendido a condu­cir?

Bukowski: Oh, ya he tenido otros coches, pero todos eran muy viejos. Tengo también un Volkswagen.

Pivano: Pero ¿estás acostumbrado a conducir?

Bukowski: Sí, he conducido otros coches.

Wolberg: Cuando yo lo conocí, acababa de comprar el Volkswagen y estaba muy contento de tenerlo.

Bukowski: Ha sido uno de mis coches mejores. Nun­ca he pagado tanto por un coche: 1.200 dólares. Siempre he tenido coches... he pagado 35 dólares por un coche. Como mi primer coche, cuando estaba con Jane, íbamos a las carreras, no tenía ballestas, no tenía frenos, no tenía nada, y al final se rompió la marcha atrás y cuando lo llevamos a las carreras encendimos los faros para irnos y no se encendieron, así que nos fuimos a buscar un bache de la carretera. Dije, Jane, ya veo uno, no te preocupes. Chocaría con el bache, es posible que las luces no se en­cendieran. Luego vería otro y chocaría más fuerte y las luces se encenderían y todos nos pondríamos contentos. Bebe, Hank. Así que siempre he tenido coches viejos, y uno se enamora de esos coches viejos, porque parece que no corran y en cambio siguen corriendo. Con ellos se aprende a hacer cosas, se transporta una lata de algo; se hacen los trucos al motor, yo me sabía todas las piezas, a esos coches tienes que conocerles, limpias las bujías, haces todo tipo de cosas, controlas el agua, pones la cinta aislante en los cables eléctricos, haces tantas cosas... Ahora ya no las hago. Subo al coche y conduzco.

Pivano: Hace mucho tiempo yo tenía un coche peque­ño y desvencijado, muy pequeño, muy viejo, muy roto, pero lo quería mucho. Y era muy bueno conmigo, cuando se estropeaba se estropeaba siempre delante de un gara­je. Nunca me ocasionó ninguna preocupación. Yo le ha­blaba, le decía, sé bueno también esta vez, como se habla a los gatos, era un vehículo vivo.

Bukowski: Sí, se vuelven así. Lo entiendo.

Pivano: Bueno, ¿qué piensas del hecho de que seas más popular en Europa que en Norteamérica?

Bukowski: Me parece muy cómodo, porque pasa allí, y aquí yo puedo ir de un lado a otro de una manera más o menos normal y vivir normalmente sin que me moles­ten. ¿Has preguntado por qué razón es así o si me gusta?

Pivano: He preguntado por qué.

Bukowski: Bueno, te diré una cosa estúpida. Creo que Europa lleva un par de siglos de adelanto a los Estados Unidos. Creo que la gente es más perceptiva, sabe más, que la cultura ha estado allí por más tiempo. Que viven de manera diferente y son más sensibles. Entienden la realidad más aprisa que los norteamericanos. Es lo único que consigo pensar. Pero si tuviera que vivir allí, no podría caminar por la calle.

Pivano: ¿Por qué?

Bukowski: Si voy a una lavandería a llevar la ropa: Oh, Charles... a cualquier sitio donde vaya, si voy a co­mer, si voy por la calle, me siguen... Esto te hace sentir muy poco natural y es muy bonito ir por ahí sin tener que pensar: «Soy un escritor, me llamo Charles Bukows­ki, soy un escritor.» Es muy destructivo pensar así. Debes tener esto abierto, sin pensar en ello.

Pivano: ¿Sabes qué dice Ginsberg cuando le pregun­tan: «¿Usted es el señor Ginsberg?» Dice: «One of them, uno de ellos.»

Bukowski: Oh, muy bien. Eso es extraordinario. Les para los pies.

Pivano: Pero no se siente incómodo como tú.

Bukowski: Por eso enseña y va a los cafés mientras que yo no voy. Me he dado cuenta de que muchos escri­tores escriben hasta que llegan a ser conocidos y luego se lee en sus notas biográficas que fulano de tal enseña ahora técnica literaria en tal o cual universidad. Y esto les sucede a muchos de ellos. Primero comienzan como escritores y luego enseñan a los demás a escribir. ¿Cómo es posible?

Pivano: No, Ginsberg no enseña a escribir.

Bukowski: Escribir es algo que no se sabe como se hace. Uno se sienta y es algo que puede ocurrir o puede no ocurrir. Y entonces ¿cómo es posible enseñar a alguien a escribir? No consigo entenderlo porque nosotros mismos no sabemos si seremos capaces de escribir. Cada vez que subo con mi botella de vino, a veces estoy sentado delante de la máquina de escribir durante un cuarto de hora, ¿entiendes? No es que suba para escribir, la máqui­na está allí, pero si no comienza a moverse, digo, bueno, es posible que ésta sea la noche en que no doy ni una.

Pivano: Pero lo que te estoy diciendo es que no ense­ña a escribir. Enseña la técnica de la prosodia y enseña a encontrar huellas budistas en los poetas.

Bukowski: Tal vez ha nacido para ser profesor.

Pivano: 0 para ser budista.

Bukowski: Sí, me parece muy bien. Con tal de que no tenga que hacerlo yo (risas).

Pivano: No estaba intentando persuadirte.

Bukowski: Pero él sí.

Pivano: Oh, porque habría querido hacerte ir a Boul-def. Pero oye, ¿cuéntame lo que te ocurrió cuando te en­trevistaron en la televisión de París, aquello que he leído en Shakespeare Never Did This?

Bukowski: Estaba completamente borracho, así que es mejor que te lo cuente Linda. Porque yo no tengo ni idea de lo que ocurrió.

Linda Lee: Bueno, el espectáculo era «Apostrophe» y es el programa televisivo más importante de Francia. Es un espectáculo muy popular, un programa literario, con un moderador y habitualmente cuatro o cinco escritores y Hank había sido invitado como huésped de honor de la velada. También había alguien más. Y él había bebido un poco de vino antes de ir y le dieron dos botellas más de vino mientras se desarrollaba el programa. Y les ha­bían puesto a todos los auriculares de la traducción si­multánea.

Bukowski: Bueno, recuerdo que fui yo quien pidió el vino, porque de lo contrario no habría podido continuar.

Lee: Sí, así que te lo habían dado. De modo que ha comenzado y al principio todo era okey, sólo que inme­diatamente Hank ha comenzado a no estar de acuerdo con el moderador, que era Bernard Pivot, que es muy popu­lar en Francia y muy apreciado por la gente conservado­ra. Y de pronto Hank le ha preguntado: «Bueno ¿quie­res un poco de vino?» y él estaba muy cordial y muy abierto y este Pivot era... «Oh, no-no-no-no, no quiero vino». Asi estaban las cosas.

Bukowski: Yo recuerdo que antes del programa dije: «¿Estás muy nervioso, verdad? ¿Por qué estás tan ner­vioso? ¿Qué te preocupa? Ven, deja que te sirva un poco de vino.» «Oh, no.»

Lee: Muy intranquilo. Y así iba la velada, y comenzó el programa, los primeros treinta minutos han sido okey, pero luego se emborrachó. Y se adueñó de la situación, y a Bernard Pivot no le ha gustado, porque quería que tam­bién hablaran los demás y todo eso. Y Hank no quería, quería ser la atracción principal. Así que ha comenzado a hacer algún comentario sobre los demás que estaban allí, dile tú como se llamaba aquella escritora. Todos esos escritores eran definidos como escritores «marginales»: era el tema de la noche.

Bukowski: Había un viejo comunista con el pelo blan­co, le dije: «Tienes cara de ser un buen chico, baby», y así.

Lee: Se trataba del psiquiatra que había aplicado los electroshocks a Antonin Artaud. El que le había des­truido. Era uno de los invitados.

Bukowski: No paraba de mirarme {risas).

Lee: Así que la transmisión ha continuado y Hank se ha emborrachado y ha ido cada vez peor y peor y peor a medida que continuaba. Era un programa en directo. Y así...

Bukowski: Oh, sí, estaba aquella escritora, yo le he dicho: «Bueno, yo puedo adivinar si eres una buena escri­tora o no. Súbete las faldas y muéstrame las piernas y te diré si eres una buena escritora o no.» ¿Entiendes?, co­sas así. Recuerdo que dije esto.

Lee: Pero Hank ha seguido hablando y hablando e interrumpiendo a todos los demás y Bernad Pivot estaba muy enfadado porque no sabía como montárselo con él, en toda su vida se había encontrado en una situación semejante, era como un juguete con cuerda, todo tenía que funcionar bien y las preguntas justas preguntadas y las respuestas justas contestadas y así. Hank era com­pletamente diferente y por tanto Pivot no sabía qué hacer con él y estaba muy nervioso. De modo que al final le puso la mano en la boca y dijo: «Calla, calla», y Hank dijo: «Escúchame» y le apartó la mano de la boca y ha seguido hablando y hablando y los demás estaban muy irritados porque no tenían la posibilidad de decir lo que querían, de expresarse, y así seguía la cosa y al final el moderador no ha podido más y ha dicho: «Basta, basta, ahora cállate.» Y en este momento Hank ha cogido la botella —estaba casi vacía— y se ha levantado, se ha quitado el auricular de la traducción simultánea de la oreja, lo ha arrojado al suelo, ha cogido la botella, la ha vaciado de un largo trago, y se ha dispuesto a largarse del programa.

Bukowski: Antes no lo había hecho nadie.

Lee: Nadie había hecho eso en ese programa. Nadie sabía qué hacer. El público aplaudía, los intérpretes de la cabina ya no podían traducir, reían a carcajadas, y el tal Bernard Pivot había perdido completamente la cabeza. Se estaba volviendo loco, no sabía como salir del paso, y los demás seguían diciendo: «Que se vaya, así podre­mos hablar.» De modo que nos fuimos. Eramos un grupo de unas diez personas.

Pivano: ¿Y luego qué ocurrió?

Lee: Luego llegamos a la puerta principal. Y había algún guardia, porque es una televisión del gobierno, así que había algún soldado en la puerta. Hank sacó el cu­chillo y comenzó a chillar: «Dejadme salir de este jodido lugar», y así, y ellos han pensado...... No sabían qué pensar, sí lo hacía en serio o no, y luego se dieron cuenta de que podía hacer cualquier cosa, que estaba loco, así que lo levantaron en brazos y, uf, lo arrojaron a la calle.

Pivano: Oh, no.

Lee: Y todos tomaban fotografías y, ¡oh!, era como una película. Era como una película de locos.

Pivano: Gracias, Linda.

Lee: Pero al día siguiente, todos los principales dia­rios de Francia publicaban un artículo sobre esta situa­ción. Finalmente la televisión nacional francesa mostra­ba algo que valía la pena contemplar. Charles Bukowski, nuestro héroe.

Bukowski: Funcionó.

Lee: Y salí a la calle y nos sentamos en un pequeño café de una zona muy cara de París, y tres señoras muy muy de la alta burguesía pasaban por la calle y una ha visto a Hank y ha dicho: «Oh, mirad» a sus amigas, y todas estaban como nerviosas y han exclamado: «¡Oh oh-oh, éste es Charles Bukowski!» Eran grandes señoras, ¿comprendes?, y estaban completamente excitadas.

Pivano: Gracias, Linda, y tú, ¿qué dices ahora que has oído contar la historia? ¿Estás orgulloso de ti mismo?

Bukowski: Creo que sí, me gusta lo que hice. Pero entiéndeme, hago lo mismo aquí casi tres noches por semana. Con quienquiera que esté a mi lado. Me porto como un estúpido, insulto a la gente y saco el cuchillo.

Es algo natural en mí. Por casualidad estaba allí en la televisión en lugar de estar aquí.

Pivano: Pero quizás es porque la televisión te ha pues­to nervioso. Conmigo eres muy amable. No me insultas.

Bukowski: Bueno, entiéndelo, todavía no he bebido mucho.

Pivano: Ah, es por eso.

Bukowski: Avanza poco a poco, y luego, de golpe, ¡zas! Y la historia no terminó aquí. Fuimos a Niza y el tío de Linda no me dejó entrar en su casa porque me había visto en la televisión. Pero en Niza ha ocurrido una cosa muy bonita. Era a la noche del día siguiente, estábamos sentados a la mesa con unas copas de vino, y el camarero vino a decirme: «¡Charles Bukowski!» Y los demás me saludaron con la mano y cinco camareros de los demás cafés vinieron a verme. Me gustó mucho. Me pareció una cosa muy simpática. Estaba hecha con estilo, entiendes, con estilo.

Pivano: Estilo, sí.

Bukowski: Aquellos camareros tenían estilo. Se in­clinaban todos.

Pivano: Sentían respeto.

Wolberg: No querían molestarle, sólo se inclinaron y se fueron.

Bukowski: Se fueron.

Pivano: Hemingway pensaba lo mismo. Apreciaba mu­cho a los camareros por la ayuda que le prestaban sin entrometerse en nada.

Bukowski: Exacto. Yo pensaba esto de Europa y me habían prevenido, me habían dicho que los camareros son bordes, que en realidad son unos hijos de puta. Y yo los he encontrado completamente normales, o sea, ni siquie­ra eran camareros, eran gente que hacía de camareros, sonreían. Eran completamente naturales.

Pivano: ¿Conociste alguna vez a Hemingway?

Bukowski: No, no, nos llevábamos muchos años de diferencia. Y creo que cuando murió yo todavía no había publicado nada.

Pivano: Creo que te habría gustado, era muy genero­so, muy bueno. Y muy sincero. Te sorprendería oír cuán­tas pruebas de lealtad seguía dando, siempre hacia la gente pobre. Pero, ¿a ti te gustan sus libros?

Bukowski: Me gustan menos de lo que me gustaron en su tiempo. No tienen sentido del humor. Pero me gus­taba su manera de escribir, naturalmente, todos estába­mos fascinados por su manera de escribir.

Pivano: ¿Qué libros te gustaban?

Bukowski: Bueno, los primeros libros, no sé en qué orden aparecieron, pero me parece que los siguientes eran cada vez un poco peores.

Pivano: 0 sea, ¿te gusta Adiós a las armas?

Bukowski: No.

Pivano: ¿No?

Bukowski: Oh, espera. Adiós a las armas era uno de los primeros, con la enfermera que...

Pivano: Con la enfermera, sí.

Bukowski: Decía: «Es un juego sucio.» Sí, aquel era bueno.

Pivano: Sí.

Bukowski: Y Tener y no tener. ¿Cuál era el otro?

Pivano: Fiesta.

Bukowski: Sí. Aquel me gustaba. Pero aquél de cuan­do se fue a España... ¿cómo se llamaba?

Pivano: Por quién doblan las campanas.

Bukowski: Sí. Aquel no me gustaba. Y tampoco me gustaba El viejo y el mar, sólo los primeros eran buenos.

Pivano: Pero ¿por qué al principio te gustaba y lue­go dejó de gustarte?

Bukowski: Bueno, se hizo lechoso, su modo de escribir ya no era directo y fuerte, se domesticó.

Pivano: ¿Quieres decir en los últimos libros?

Bukowski: Sí, se hicieron lechosos, se hicieron grasos, ya no tenían la limpieza de antes.

Pivano: ¿Y al principio te gustaban porque eran cor­tantes?

Bukowski: Refinados, cortantes, y luego decía lo mis­mo las cosas con aquel modo de escribir fácil que me influye, estoy seguro. Inconscientemente intento hacer lo mismo, decir las cosas de la manera más sencilla po­sible y decir lo mismo que es necesario decir.

Pivano: Me gusta que lo reconozcas.

Bukowski: Mantener el libro sencillo y hacerlo toda­vía más sencillo y luego hacerlo todavía más sencillo. Es posible que escribiendo así se acabe por dejar de escribir, ¿No? Pero no se puede porque debe decirse: «Ya, He­mingway.» El modo de escribir es lo que recojo, ¿entiendes? Hemingway. También Saroyan tenía un modo de escribir fácil, realmente fácil. Pivano: Saroyan, sí.

Bukowski: Pero era demasiado dulzón, había dema­siadas fábulas.

Pivano: Hemingway, en cambio, era un escritor uni­versal.

Bukowski: Era demasiado optimista, quiero decir Sa­royan; y el optimismo es algo nauseabundo. Me habría gustado verle enfadado o deprimido y utilizar aquel mis­mo modo de escribir fácil. Y hay otro, John Fante.

Pivano: John Fante. En este no habría pensado.

Bukowski: Nadie piensa en él. Y quizás sea el que ha tenido mayor influencia sobre mí. Pivano: ¿De veras?

Bukowski: Siempre lo digo en las entrevistas, sí. Lo leí cuando tenía unos dieciocho años y me dije: «.Este sí que sabe escribir.»

Pivano: ¿Qué te gustó de Fante?

Bukowski: ¿Qué me gustó? Todo. Pero lo primero que leí fue: Ask the Dust. Y me gustó tanto, que hace poco me puse a hablar de él y ahora John Martin, mi editor, lo ha reeditado. Quiero decir que ha vuelto a publicar Ask the Dust, de modo que la gente ha recomenzado a leerlo. Publicó a Fante el año pasado. Fante es relativa­mente desconocido. Fue descubierto por Mencken H. L.

Pivano: Mencken, sí.

Bukowski: Es un buen diablo, sí. Está nutriéndose.

Pivano: ¿Sigue vivo?

Bukowski: Bueno, le han amputado una pierna y está ciego y está muñéndose de diabetes, así, muy lentamente.

Pivano: ¿Es pobre?

Bukowski: Estuvo en Hollywood e hizo un poco de dinero, tiene una casa propia, así que no creo que tenga problemas económicos.

Pivano: ¿Sale adelante?

Bukowski: Tiene cuidados médicos y lo demás.

Pivano: ¿Qué edad tiene ahora? ¿Ochenta, setenta años?

Bukowski: Setenta.

Pivano: Ha sido traducido al italiano.

Bukowski: Es italiano.

Pivano: Yo no lo habría relacionado contigo, mientras que te relacionaba con Hemingway.

Wolberg: En Mujeres o en algún otro libro, Hank nom­bra escritores, y uno de ellos es John Fante. Y John Mar­tin...

Bukowski: Nunca lo había oído nombrar.

Wolberg: Estaba leyendo aquel libro de Hank. Nunca había oído hablar de John Fante, pero telefoneó a Hank y le dijo: «Ese nombre de John Fante es extraordinario. Es un gran nombre. Eres muy bueno inventando nom­bres.» Y Hank le dijo: «No he inventado ese nombre.»

Pivano: Increíble.

Wolberg: En realidad, John Martin había leído a John Fante cuando estaba en Texas en su biblioteca. Y Hank dijo: «Sí, todavía sigue vivo» y, en cualquier caso, así es como John Martin está publicando ahora a John Fante.

Bukowski: Ahora tendría que publicar otro libro. Pues sí, Fante tiene ese modo de escribir fácil y permite que entren un montón de emociones en su modo de escribir. Bien, yo también tengo piedad, pero también compasión. Una debilidad de Fante es que no está en absoluto loco. No hay locura en él. Date cuenta de que la locura es muy interesante. Y a mí me gusta que un escritor sea un poco extraño, o demente: sólo un poco. Yo puedo sentir pie­dad pero me gusta que sean también un poco locos por­que entonces no estoy muy seguro de lo que puedes espe­rar que digan.

Pivano: Sí. Imprevisibles.

Bukowski: Y cuando me pongo a escribir me gusta sentirme así: Sin saber cuál será la próxima frase. Así, ¿entiendes?, pasa con Fante y con Saroyan y con Heming­way, tomando en préstamo una manera de escribir y lue­go poniendo en ella mi manera de escribir, por decirlo de algún modo, a través de ella y utilizándola, eso ha sido lo que me ha convertido en lo que soy.

Pivano: En cierta ocasión me enfadé mucho porque alguien dijo que tú eras el nuevo Miller y el nuevo Ke-rouac. Me enfadé porque me parece que tú no tienes nada que ver con ellos.

Bukowski: No hay ninguna relación.

Pivano: Me parece más bien que tú estás lejos de su actitud, de su modo de vivir. Cierto que Kerouac bebía, pero, sabes, hay mucha gente que bebe. También bebía Fitzgerald, pero tú no tienes nada que ver con Fitzgerald.

Bukowski: Nada. Bueno, creo que era un poco de pu­blicidad.

Pivano: Ya, la imagen de los media.

Bukowski: Sí, la gente dice: «Debe gustarte Henry Miller.» Y yo digo: «Bueno, he leído un poco de Miller pero no consigo entrar en sus libros, es okey cuando escri­be de follar, pero cuando se pone filosófico me duermo.» Así que en realidad no he sido sincero. Sólo he tomado al­gún librito de bolsillo mientras viajaba por el país y habi-tualmente intentaba leerlo mientras estaba en un autobús, y las partes de los polvos eran extraordinariamente hu­manas, pero luego comienza con la filosofía y a utilizar un lenguaje más amplio y a hacerse preguntas, y cuando hacía esto, yo perdía el hilo y me dormía en el autobús.

Pivano: ¿No llegaste a conocerle?

Bukowski: No.

Pivano: Vivía muy cerca de aquí.

Bukowski: ¿Debo contarle lo de su hijo?

Pivano: ¿El hijo?

Bukowski: Quería conocerme. Decía que yo era el me­jor escritor del mundo. Y yo le dije: «Mira detrás de tus espaldas mientras me estás telefoneando.» Y él dijo: «Oh, no, él está acabado ahora, tú eres la novedad.»

Pivano: ¿Dijo eso de su padre?

Bukowski: Se está muriendo. Bueno, entiéndelo, cuan­do un padre y un hijo están tan cerca, se tiende a olvidar, es una reacción natural, se mira a otra parte.

Wolberg: Pero, ¿no te escribió una vez una carta diciéndote que, en su opinión, eras uno de los mejores es­critores de Norteamérica?

Bukowski: No, ah...

Lee: Miller nunca ha escrito a Bukowski.

Bukowski: Sí que me escribió una carta, porque ha­bía ocurrido algo y terminó con que Martin le había en­viado algo, no recuerdo, pero el caso es que al final Miller me debía dinero (risas).

Pivano: Esta sí que es buena.

Bukowski: Y no entiendo como ocurrió, así que bus­qué su dirección y le recordé que me debía cierta canti­dad de dinero por alguna razón determinada. Y él con­testó a esta carta a mano, no a máquina, y después, pero debe haber oído hablar de mí porque en la carta se puso a darme lecciones. Dijo: «Sabes, beber no es bueno para crear, si quieres seguir creando tienes que dejar de beber, tienes que renunciar a la bebida.» Estoy seguro de que también él bebía un poco, no sé.

Pivano: Es realmente increíble que haya escrito una

cosa semejante.

Bukowski: Ahora la carta la tiene John Martin. La razón por la cual John tiene esa carta puede ser que se la haya vendido, porque no podía estar en Tucson. Así que un día John Martin abrió el armario, ¿sabes?, el de las poesías, venía a mi casa y decía: «¿Tienes algún poema?» Y yo decía: «Abre el armario.» El lo abría y aquel gran montón de papeles desbordaba. Y él elegía algunos poe­mas y los imprimía en octavillas a medida que los leía. Así que una vez vio esa carta y dijo: «Caray, ¿esta carta es de Henry Miller?» Yo dije: «Sí, me debe dinero.» El preguntó: «¿Te molesta si me la llevo?» Y yo dije: «Haz lo que quieras.» Bueno, yo no pensaba en lo que ocurri­ría. Doscientos ochenta dólares por aquella carta. Pero está muy bien. John me ha ayudado y sigue ayudándome y yo le ayudo a él.

Pivano: ¿Publicarás con él tu próximo libro sobre la infancia?

Bukowski: Todos mis libros son de Black Sparrow, a excepción de alguna vez cuando Martin pierde la cabeza y le conviene a la City Lights.

Wolberg: Nosotros nos llevamos la mierda.

Bukowski: Vosotros os lleváis los restos (risas).

Pivano: ¿Será un libro grande o pequeño?

Bukowski: No... Tal como es ahora, he llegado a la página cincuenta y todavía estoy en la escuela elemental. Así que promete convenirse en un mamut, gigantesco.

Pivano: Será una autobiografía.

Bukowski: Eso es lo que será. No sé como lo publica­rán. El título es Ham on Rye, Sandwich de jamón con pan de centeno. ¿Entiendes?, tú das un mordisco, yo soy el ja­món.

Wolberg: Si se juntan Factótum, Cartero y Mujeres, se tiene una buena autobiografía. Lo único que faltan son los primeros años.

Bukowski: Desde el nacimiento a Factótum.

Wolberg: Así que cuando acabes este libro, ya no ten­drás más motivos para escribir.

Bukowski: Atrapado. Acabado.

Pivano: Encontrará otros. Siempre los encontrará. Háblame de la película, de esta Barfly. Para empezar, ¿qué significa Barfly?

Bukowski: Bueno, creo que es una expresión norte­americana, es alguien que como yo en los viejos tiempos, una persona como yo, está sentada en el taburete de un bar desde el momento en que se despierta hasta el momen­to en que cierra el bar. Creo que Barfly, Mosca de Bar, viene de ahí, que cuando se bebe cerveza y hay un montón de espuma en la barra, hay unas moscas que zumban y se posan junto a la cerveza y dan una vuelta y luego vue­lan de nuevo. Y un barfly es una persona que siempre está en el bar, subsiste allí, lo necesita. Y yo durante mu­cho tiempo he sido un barfly, estaba allí sentado en el taburete de un bar. Entras por la mañana, te sientas y a veces tienes unos centavos para la primera cerveza y es­peras a que alguien te invite. Y yo era un tipo del barrio. Era ese muchachito que mientras todos piensan en hacer dinero, en buscar trabajo, se pasa la vida sentado en el taburete de un bar. Y bebía, bebía, bebía. Así que el guión trata... bueno, sólo son tres o cuatro noches. Ha seguido así la cosa durante cinco años.

Pivano: ¿Tres o cuatro noches?

Bukowski: Noches y días. Tal vez algo más, no estoy

seguro.

Pivano: ¿Y la historia que cuentas es la historia de lo que ocurre en el bar, donde está el barfly y...?

Bukowski: Sí, lo que él hace. Es posible que sea un poco más largo, tal vez una semana.

Pivano: Cuéntame con más detalle la historia del guión.

Bukowski: Habla de un tipo como yo que... esto no está en el guión, el bar abría a las siete de la mañana y cerraba a las dos de la noche. Quedaban sólo cinco horas, pero yo salía del bar a las dos de la mañana e iba a echarme y regresaba a las cinco de la mañana. Y cuando el portero, que de día hacía de camarero, comenzaba a fregar los suelos, a las cinco de la mañana, yo me levan­taba y llamaba a la puerta y él sabía que era yo. Se lla­maba Jim y me dejaba entrar. Y todo lo que bebía de cinco a siete era gratis, me servía whisky y lo que fuere, así que cuando comenzaba a trabajar de camarero, yo ya estaba colocado. Se lo debía a la casa. Era simpático. Así que mientras él fregaba el suelo, yo estaba allí senta­do y no nos decíamos gran cosa, sólo alguna que otra palabra, y él seguía sirviéndome whisky y luego decía: «Bueno, Hank, ahora tengo que cobrarte, abro la puer­ta.» Y yo decía: «De acuerdo, Jim, gracias.» Así que me quedaba en el bar y éstas son las experiencias de un barfly, de una persona que vive ese tipo de vida. ¿Entiendes?, ocultándome en aquel bar, no tenía que trabajar ocho horas al día. No tenía que conducir el coche hasta el lugar de trabajo, no tenía que fichar, no tenía que mez­clarme con la sociedad. Era un buen escondite. Así que todo lo que hacía era estar allí esperando algo. En reali­dad, pensaba que en aquel bar ocurriría algo emocionan­te, eso para comenzar. Pero nunca sucedía, todo era muy normal.

Bukowski: Aquel bar era tan malo, que ninguna mujer se atrevía a entrar en él. Si entraban, era por su cuenta y riesgo. No te preocupes, pregúntame todo lo que quie­ras y luego arréglatelas para juntarlo como te parezca... ¿Entiendes?, cuantas más cosas tengas, mejor podrás tra­bajar.

Pivano: ¿Quieres que te envíe una copia de la entre­vista?

Bukowski: Oh, a mí me da igual.

Lee: A mí me gustaría. Pregunta todo lo que quieras y luego, cuando te vayas a casa, haz con ello lo que te parezca.

Pivano: Oigo que Linda te llama Hank. ¿Por qué en los libros te haces llamar Charles y en la vida privada Hank?

Bukowski: Bueno, entiéndelo, tendríamos que volver de nuevo a la vieja infancia. Mis padres me llamaban Henry.

Lee: Bueno, dile tu nombre completo.

Bukowski: Mi nombre completo es Henry Charles Bukowski Jr. Pero me he cansado mucho del Henry, sa­bes, Henry.

Pivano: ¿Por qué te has cansado?

Bukowski: Porque mis padres no eran simpáticos y cuando me llamaban por mi nombre no quería oírlo. Por­que me llamaban sólo para ir a comer o para ir a hacer algún recado o porque había hecho algo malo o porque tenían que pegarme. En otras palabras, ha comenzado a disgustarme el nombre, Henry. Así que cuando comencé a escribir, pensé: ¿Henry Bukowski? También hay otro motivo. He dicho, si se toma Henry y se junta con Bu­kowski, ¿qué sale? Hen-ry Bu-kows-ki: ¿comprendes?, sal­ta demasiado. Como si llevara ricitos, Henry y Bukowski, lleva ricitos, ¿entiendes lo que quiero decir?

Pivano: Sí.

Bukowski: Henry Bukowski. Así que me dije: «Henry Bukowski no suena bien.» Luego probé Charles Bukowski. Charles es una palabra recta y Bukowski sube y baja. Así que una contrarresta la otra. Me dije: «Ahora sí que suena a escritor. Charles Bukowski.» De modo que me he convertido en Charles Bukowski por dos motivos: el primero es que me he cansado de que mis padres me llamaran Henry y luego por un motivo, digamos, pura­mente fonético. Pero en realidad tampoco me gusta que me llamen Charles, suena muy bien en la página escrita, pero tener a alguien que dice «¡Oh, Charles!», tampoco me gusta eso, de modo que estoy muy confundido, y le digo a la gente que me llamen Hank. ¿Entiendes?, es todo un follón. Sí, Charles Bukowski está muy bien en la página escrita, pero no quiero que me llamen Charles. Hank, el buen diablo, Hank. Bravo, viejo Hank.

Pivano: Pero ¿ese Hank lo has inventado tú?

Bukowski: No. Mira, Hank y Henry es lo mismo. Es un diminutivo, Hank en lugar de Henry. Significa lo mismo.

Wolberg: Y luego está también el hecho de que su padre se llama Henry Charles Bukowski. Cuéntale lo que sucedió cuando publicaste aquel cuento.

Bukowski: Bien, cuando publiqué por primera vez, fue en Story, pero luego Portfolio se quedó con el cuen­to. Era una cosa enorme, lo vendí por diez dólares de aquellos tiempos, y había ilustraciones, cada página era diferente, pero enorme, páginas bien impresas. Y estaba yo con Henry Miller, cítalos todos, yo también estaba. No recuerdo todos los demás. Pero sí Sartre y probablemente muchos más. John Martin tiene un ejemplar, no sé quien estaba ahí. Yo no tengo ni un solo ejemplar. En cualquier caso, se publicó aquello y mi padre lo descubrió. Yo vivía en la calle. Regresé a casa muerto de hambre y cuando abrí el equipaje, lo encontraron en alguno de mis cajo­nes mientras yo había salido a tomar una copa en el bar. Y aquella noche les oí decir: «Ves, escribe, pero no sabe aprovecharlo, no sabe qué hacer con lo que escribe. Yo sí que sé que hacer con lo que escribe.» Bueno, evidentemente lo sabe porque han hecho una exposición en un museo...

Pivano: ¿Quieres contarme algo acerca de tu método de trabajo? Quiero decir, ¿cómo lo haces, te levantas por la mañana y te sientas ante la máquina a escribir?

Bukowski: Oh, no escribo nunca a máquina por las mañanas. Yo por las mañanas no me levanto. Por las noches bebo. Procuro estar en cama hasta las doce, quiero decir hasta el mediodía. Si alguna vez tengo que levan­tarme antes, estoy mal todo el día. Cuando miro el reloj y veo las doce, entonces me levanto y comienzo mi jor­nada. Luego habitualmente hay un hipódromo cerca, y como algo y corro al hipódromo después de haberme despertado, voy en coche, apuesto a los caballos, luego regreso a casa y Linda guisa algo y hablamos un poco, comemos, bebemos algo y luego subo arriba con un par de botellas y me pongo a escribir a máquina. Empiezo a eso de las nueve y media y sigo hasta la una y media, las dos, las dos y media de la noche. Así.

Pivano: ¿Comes una sola vez al día?

Bukowski: Dos veces al día. Nunca tres.

Pivano: ¿Y luego escribes a máquina y después lo reescribes todo?

Bukowski: Sí, al final lo reescribo sin beber, para que quede más claro, porque cuando lo he escrito por vez pri­mera estaba borracho. Luego me emborracho de nuevo para ajustar la parte que he escrito cuando estaba borra­cho. Me emborracho para corregir la parte borracha. Y funciona. Así va muy bien. Y es más divertido.

Pivano: ¿Y cuántas veces lo reescribes?

Bukowski: Una vez. Todo una vez, nunca dos. Una es demasiado. Dos es imposible.

Pivano: Y cuando haces la revisión, ¿la reescribes a mano?

Bukowski: Oh, no, escribo a máquina. Lo escribo todo de cabo a rabo.

Pivano: Oh, lo reescribes todo. Hemingway hacía lo mismo.

Bukowski: Oh. Bien. Quiero decir, una buena compa­ñía (risas). Luego procuro sacármelo de encima.

Pivano: ¿Quieres decir que se lo mandas a un editor?

Bukowski: Bueno, la poesía la mando a las revistas. Revistas pequeñas. Pero, mira, mi problema es que escri­bo demasiado y no se puede publicar todo. Por ejemplo: he enviado unos sesenta poemas a una revista y sólo han podido quedarse con diecinueve porque, dicen: «También debo publicar a los demás escritores, Bukowski, porque mi revista sólo tiene cuarenta y cuatro páginas.» Es la «Wormwood Review». Y está la «New York Quarterly»: yo les envío cantidad de poemas y ellos tienen veinte o trein­ta en la mano, no los han publicado: escribo demasiado, las revistas no consiguen mantener mi paso. Y esto es un problema. Así que tienen esos <>

Pivano: Sí, y de nuevo recuperas el tiempo perdido.

Bukowski: Claro. Sentado en los bares, fingiendo...

Pivano: No estoy hablando de los bares, me refiero a los años en que no escribías nada.

Bukowski: Sólo he dejado de escribir durante; diez años. Sólo diez años.

Pivano: ¿Y por qué lo dejaste?

Bukowski: Quería beber.

Pivano: ¿No podías hacer las dos cosas a la vez? Aho­ra estás haciendo las dos cosas a la vez.

Bukowski: Bueno, entonces bebía mucho más. Y luego sabía que todavía no estaba maduro para hacer de escri­tor, no había vivido suficiente.

Pivano: ¿No habías vivido suficiente o no habías leído suficiente?

Bukowski: Qué demonio quieres... No, había leído su­ficiente. ¿De qué demonios quieres que escriba un chico de diecinueve años? ¿De su infancia? ¿Eh? ¿Quién puede quererle oír hablar de su infancia cuando la tiene tan cerca? Así que he tenido que seguir y esperar, que pasara algo dentro de mí que me obligara a comenzar. No había manera de engañarme a mí mismo en el sentido de creer que estaba maduro para escribir algo. Y no lo estaba... Estaba vacío.

Wolberg: Te asustaba un éxito demasiado rápido.

Bukowski: No, no era eso. Pero he tenido la suerte de que no se haya producido. Pero no pensaba en el éxito.

Pivano: ¿Estás satisfecho del éxito que tienes ahora? ¿O preferirías otro tipo de éxito? Bukowski: Este ya me va bien.

Pivano: ¿Te gusta tal como es?

Bukowski: Perfecto. Te diría incluso que tendría que pararse a este nivel. Si mejora o aumenta, si llegara a ser más famoso, creo que no me gustaría. Demasiado pesado. Así me va bien, a la medida.

Pivano: ¿Te gusta la etiqueta de escritor expresionis­ta? Si es que puede ponerse una etiqueta...

Bukowski: ¡Mierda!, ni siquiera sé lo que quiere decir expresionista. Entiéndeme, yo no soy gran cosa con las palabras. Me han llamado escritor beat, y yo sé que no es verdad.

Pivano: No, no tienes nada que ver con los beat. Ja­más se me habría ocurrido llamarte beat.

Bukowski: No, yo les conocí, y no sé ni de qué diablos hablan, qué quieren hacer.

Pivano: Pero expresionista es diferente.

Bukowski: Es una palabra antigua, ¿no? No sabía que se seguía utilizando.

Pivano: Sí, pero la actitud, la actitud política que tie­nes hacia todos los tipos de conformismo, desde un punto de vista social.

Bukowski: Bueno, yo soy conformista y al mismo tiem­po no lo soy.

Pivano: Has dicho que no eras conformista.

Bukowski: Bueno, yo por conformista entiendo... Yo soy uno que en realidad no quiere que le atosiguen las fuerzas externas, en otras palabras, quiero que me dejen tranquilo, y creo que cantidad de gente pequeña quiere lo mismo. Quieren hacer su trabajo e irse a casa, y con­templar la televisión, y quedarse tranquilos en su habita­ción. Quiero decir que ésta es mi manera de ser confor­mista. El otro día le contaba a Linda mientras volvíamos de unos tres días en Del Mar, le decía: «Yo sólo soy un chico de casa, no quiero hacer otra cosa que sentarme en casa, quitarme los zapatos, tenderme en la cama y con­templar el techo.» No necesito nada, sólo... No necesito ir a ninguna parte. Esto es lo que yo entiendo por con­formista. No soy un exhibicionista y no soy un extre­mista, aunque a veces me ponga mentalmente un poco loco. Así que soy bastante conformista, soy vulgar en mi manera de pensar. Una copa, una buena noche de sue­ño, dar de comer al gato, ir a las carreras, ¿entiendes lo que quiero decir?, en cierto sentido yo soy conformista.

No quiero hacer saltar un puente o cambiar el gobierno y no me interesa...

Pivano: Pero al principio decías que no podías sopor­tar hacer lo que hacen los demás.

Bukowski: Pero entiéndeme, yo lo hago de una mane­ra diferente. Yo hago exactamente... Cuando yo duermo y cuando duermen ellos, yo duermo de otro modo.

Pivano: ¿Ah, sí?

Bukowski: Exactamente así.

Pivano: ¿Te sientes como un Dios?

Bukowski: Bueno, entiéndeme, como soy agnóstico, no puedo contestar a la pregunta.

Pivano: Sí. ¿Y si no fueras agnóstico?

Bukowski: Probablemente me sentiría como el diablo.

Pivano: Sí.

Bukowski: Es todo rojo y tiene cuernos y una hermo­sa cola larga.

Pivano: Lo que más te gusta es la cola larga, ¿verdad?

Bukowski: El diablo es mucho más interesante que Cristo.

Pivano: Claro, je, pero cuando yo digo Dios, no quiero decir Cristo.

Bukowski: Bueno, naturalmente es un apéndice. Pe­ro...

Pivano: Más que nada, porque Cristo ha asumido un aspecto tan ochocentista, ¿entiendes?, con el pelo largo y la cara dulzona... Esto no es Cristo.

Bukowski: Cristo no es... Muchas veces la gente no va en busca de Dios, va en busca de Cristo.

Pivano: Sí, los católicos, claro.

Bukowski: De ese modo llega a ser muy perverso.

Lee: Oh, sí, como The Born-again Christians, los Cris­tianos Renacidos.

Pivano: Sí, Renacidos, como el título del libro. ¿Re­nacidos? ¿Has oído alguna vez a Bob Dylan, te gusta? Quiero decir sus poemas, no su música.

Lee: ¿Tú nunca has leído sus poemas, verdad?

Bukowski: Sí que los he leído. Sólo ha escrito un poe­ma hermoso, habla de los árboles y cosas de esas.

Pivano: Oh, ¿estás pensando en Blonde?

Bukowski: No, es algo, no lo sé, lo he visto publicado, sólo que se debilita, al final es como si goteara.

Lee: Quién sabe en lo que está pensando.

Bukowski: Las palabras de Dylan son corrientes, pero también son muy débiles. En fin, hay algo de melodrama, que no suena sincero. Naturalmente es necesario para ser un escritor popular de canciones y naturalmente todas las letras rock de las estrellas del rock son así. Se levantan y hablan del amor y de la vida y de la verdad y no saben de qué demonios están hablando. Porque no se nos pegan lo suficiente como para ver...

Pivano: Pero al comienzo hablaba de problemas nu­cleares y de problemas de raza y de problemas de guerra.

Lee: No creo que Hank haya leído esas canciones.

Pivano: Oh. ¿Qué piensas del problema nuclear?

Bukowski: ¿Problema nuclear? No paso toda la noche en vela pensando en él. Mejor dicho, no pienso nunca en él.

Pivano: ¿Por qué?

Bukowski: Porque pienso en quién ganará la segunda carrera del martes.

Pivano: ¿Así que no te sientes comprometido social-mente?

Bukowski: Me resulta indiferente.

Pivano: ¿Podemos decirlo?

Bukowski: Soy indiferente a la destrucción de la raza humana, me da exactamente igual. Si barrieran de la tie­rra a toda la humanidad, no se perdería nada.

Pivano: Así que no te importaría que arrojaran una bomba atómica.

Bukowski: Me importaría si yo estuviera cerca, ¿en­tiendes?

Lee: No te daría tiempo a pensarlo. Pero lo gracioso es que San Pedro sería uno de los primeros lugares en ser atacado si sucediera algo, porque es un puerto muy grande.

Bukowski: Bueno, para ser egoísta, ya he cumplido los sesenta años, ya he... No, soy indiferente a todas estas cosas. No me importa nada salvar la humanidad. Y tam­poco me preocupa salvar la ballena o el gran leopardo blanco o la pantera negra o lo que sea. No me concierne. Lo que me interesa es ir a pie hasta la esquina y comprar el diario y leer la noticia de una violación que ha ocurri­do en la calle o un atraco a un banco y quizás ir a comer a alguna parte y beber una cerveza y dar un paseo y mirar un perro o rascarme los sobacos. No me interesan los grandes problemas.

Pivano: ¿Y si estallara una guerra? ¿Qué pensarías?

Bukowski: Pensaría: «Es normal. No es una sorpresa.»

Pivano: Pero ¿no harías nada por evitarla? Si pu­dieras.

Bukowski: Comenzarla, evitarla, acudir a ella... Yo estoy aquí. Lo que ocurre está fuera de mí.

Pivano: ¿Te sientes cansado o te sientes con la misma energía que tenías hace años?

Bukowski: En realidad, tengo mucha más energía ahora que cuando tenía quince años.

Pivano: ¿Por qué el éxito te ha dado energía?

Bukowski: No. No tener que trabajar ocho horas al día me ha ayudado a tener energía. Y beber vino mejor en lugar de porquerías me ha dado energía. Vitaminas.

Pivano: ¿Tomas vitaminas?

Bukowski: Hummm. Y dormir todos los días hasta las doce sin tener que ir a aquel maldito trabajo, me ha dado energía. Cada día del año parece un poco más afor­tunado. Quiero decir que me siento mejor a los sesenta años de como me sentía a los cincuenta. Me sentía mejor a los cincuenta de lo que me sentía a los cuarenta. Me sentía mejor a los cuarenta de lo que me sentía a los treinta. La gente que evita la vejez... A mí me parece que mejora, se tiene más energía y más suerte.

Pivano: Se sigue mejorando.

Bukowski: Sí, eso parece, y hablo en serio. Es posi­ble que me ría mientras hablo, pero parece absolutamente cierto. Así que es muy bonito, y yo aceptaré de vez en cuando una cosa bonita, pero no le daré mucha impor­tancia. Sólo cuando tenga setenta años las cosas irán realmente bien.

Pivano: Esperémoslo, todavía queda mucho. Pueden suceder muchas cosas.

Bukowski: Es posible que cuando esté en la tumba las cosas sean maravillosas.

Pivano: ¿Quieres que te incineren cuando mueras?

Bukowski: Me da igual lo que hagan conmigo cuando muera. Pueden quemarme, pueden hacerme rebanadas, pueden dar mis pelotas a la ciencia, no me importa.

Pivano: Este es un problema muy grave.

Bukowski: Yo paso.

Lee: Pero quiere que le sepulten cerca de un hipódro­mo.

Bukowski: Bueno, eso no pasa de ser una broma.

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Pivano: Sí. ¿Por qué piensas dar tus pelotas a la cien­cia? ¿Crees que es la parte más importante de ti?

Bukowski: Sí. Porque, mira, cuando iba al gimnasio, siendo niño, diecisiete años, sabes, uno se desnuda, y nos miramos entre nosotros, y uno dice: «Mira, Gee, qué polla tan grande.» Entonces se señalaban y decían: «¡Dios, mira las pelotas de éste!» Yo tenía las pelotas más grandes de todos los que estaban en el gimnasio.

Lee: Muy macho.

Bukowski: Oh, sí. No sé de dónde vienen estas pelo­tas tan grandes.

Wolberg: Es una señal de inteligencia.

Bukowski: Chorradas. Es señal quizás de que tienes un montón de esperma.

Lee: No, no la tienes.

Bukowski: Bueno, en el pasado la tenía. Cuando me acosté por primera vez con Jane, bueno, no había visto una mujer desde... no sé, cantidad de años... pero nos fuimos a la cama y jodí una vez y eyaculé. Luego volví a empezar y eyaculé de nuevo. Estaba comenzando por ter­cera vez y la miré, y ella estaba comenzando a llorar, y le dije: «Qué pasa?» Ella dijo: «¡Dios, esto no se acaba nun­ca!» Le dije: «¡Oh!, de acuerdo», y me fui. Así que las pe­lotas grandes significaban algo (risas). Cada vez que voy al water, tiro de la cadena y recomienzo. ¿Tú no lo habías sabido nunca, verdad?

Lee: Oh, ya me imaginaba que estaba ocurriendo algo.

Bukowski: Aquella peste espantosa ahí dentro es bas­tante extraña.

Lee: Oh, no era la esperma, no era eso lo que sentía.

Bukowski: De acuerdo.

Wolberg: ¿Quieres montar un banco de esperma, Hank? Como detracción de impuestos.

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Bukowski: Si sirve para la exención de impuestos.

Lee: Banco de Bukowski.

Pivano: ¿Recuerdas el chiste que inventaron sobre la esperma instantánea?

Bukowski: ¿Esperma instantánea?

Pivano: Sí. Es una chica que se pasea por una fiesta con una bandeja llena de sobrecitos y los distribuye di­ciendo: «Esperma instantánea. Esperma instantánea.»

Lee: Oh, no.

Bukowski: ¡Wow!

Pivano: En lugar de vender café instantáneo. Fue uno de aquellos happenings que hacían. Lee: ¿De veras? ¿En Italia?

Pivano: No, no recuerdo donde era. Quizás en Amsterdam. No recuerdo donde era.

Bukowski: Suena más bien a Amsterdam.

Lee: Lo habían congelado.

Bukowski: Tenían sólo unas bolsitas de algo en la bandeja.

Lee: ¿Cómo lo hacían?

Bukowski: ¿Y qué había que hacer con eso? ¿Metér­selo en el coñito y quedarse embarazada o...?

Pivano: No lo sé, no lo he preguntado, porque creo que el objetivo estaba en la idea.

Bukowski: Ah, ya, la espiritualidad.

Pivano: Sí, la espiritualidad.

Bukowski: Esperma instantáneo espiritual.

Lee: Esperma altamente evolucionado.

Bukowski: Así que no lo sé, entiéndeme, se trata sólo de escribir, escribir, escribir.

Pivano: ¿Cuántos libros has escrito hasta ahora? ¿Veinte, veinticinco?

Bukowski: No los cuento, ¿sabes?, no tengo ni idea.

100

Pivano: ¿Tú lo sabes, Linda?

Lee: Bueno, no se trata únicamente de libros, hay tantas otras cosas: pequeñas publicaciones y así. Libros, unos quince.

Wolberg: Cuando comenzó a escribir, tenía cajas lle­nas de poemas. Por lo menos así me lo dijeron. No es un invento. Enviaba cajas de poemas, no un poema solo.

Lee: Todavía sigue haciéndolo.

Bukowski: Linda vio el otro día cómo me devolvían uno.

Lee: Siguen devolviéndoselos.

Pivano: ¿Todavía?

Bukowski: Bueno, han llegado porque...

Lee: Bueno, envía tantos, que aunque todos les gus­ten no pueden publicarlos todos porque no tienen es­pacio.

Bukowski: He enviado un centenar de poemas a una revista. Y el tipo ha contestado: «Sabes, esta revista sólo tiene cuarenta y cuatro páginas. Tengo que publicar a alguien más.» Así que se ha quedado con diecinueve y ha dicho: «Pongo un cierre especial en los poemas que habría querido y no he podido aceptar, así que hay un montón grueso, espeso, más de la mitad de lo que has escrito me habría gustado publicarlo, pero no he podido. De modo que...»

Pivano: Pero ¿tú has conservado las cosas que has escrito hace años, antes de comenzar a publicar, o las has tirado?

Bukowski: No, lo he tirado todo y John Martin ha dicho: «¡Dios, qué has hecho!»

Pivano: Es una lástima.

Bukowski: Oh, estoy seguro de que había algo bueno y estoy seguro de que también había mucha porquería.

Pivano: Aunque tú creas que ahora tienes más ener­gía, sería interesante ver qué escribías cuando eras un muchacho.

Lee: Había las cosas que escribía en la escuela, por ejemplo aquello que escribiste de niño, y que a tu maes­tra le gustaba tanto.

Bukowski: Oh, eso está en la novela, no puedo ha­blar de ello.

Lee: ¡Oh, Dios, es una historia tan bonita!

Bukowski: Bueno, siempre que la gente me pregunte cuándo empecé a escribir, ahora ya se lo puedo contar. Creo que fue en el instituto. En el primer año del insti­tuto, así que está relacionado con Hoover, ¿entiendes?, teníamos un presidente que se llamaba Herbert Hoover, que tenía que ir a visitar el Coliseum. Así que la maestra dijo que la próxima tarea era ir a ver al presidente y escribir sobre él y sobre lo que había ocurrido. Pero yo no fui porque, ¿entiendes?, a mí qué me importaba nues­tro presidente. Y por tanto me lo inventé todo. Yo no estaba y le hice llegar. Llegaba su coche, y él llevaba en­cima unas guirnaldas, e iba seguido de otros coches, y la gente se levantaba, y se veía la cara del presidente, y, oh, no sé qué dijo, sólo tonterías. Y seguía adelante con estas gilipolleces. Prolífico, ¿entiendes? Y así que lo ol­vidé todo, me limité a entregar la hoja y la maestra dijo: «Chicos, quiero leeros algo. Todos teníamos este deber y Henry —me llamaban así, no importa—, Henry ha es­crito», y se levantó, y dijo: «Os lo quiero leer.» Y luego, oh, en su opinión estaba bien escrito, ¿entiendes?, era una sarta de mentiras, yo; ni siquiera había estado allí.

Lee: Y era el mejor relato.

Bukowski: Ellos ni siquiera lo sabían. Así que pensé, oh. Pero, entiéndeme, ahora ya no escribo así, cuento sobre todo lo que ocurre, no consigo... Pero entonces los embustes funcionaban a las mil maravillas. Así que ese fue mi primer reconocimiento, cuando la maestra se levantó, dije: «¡Oh, oh. Oh, no creo haber hecho nada!» Dije: «Aquí está ocurriendo algo.» Y luego cuando fui a la universidad, una vez nos encargaron un trabajo —en el City College— y la profesora dijo, quiero que me entre­guéis por lo menos un tema cada semana. Así que, al final, a mediados del trimestre, dijo: «Sabéis, no andáis demasiado bien. Respecto a los temas entregados, quiero decir, MacDonald, caminaba entre los bancos, MacDonald ninguno, Thomas uno, Smith dos, Bukowski cuarenta y siete.» ¡Oh, mierda! Yo allí sentado. Ella dijo, no sólo esto, sino que todos eran muy buenos. Y yo pensé de nuevo: «Cristo Santo, debe haber algo que funciona.» Por­que es algo tan fácil de hacer, entiendes, me gusta ha­cerlo, así que siempre me ha gustado, desde el principio, que hubiera algo que funcionara por algún lado. Y nece­sité otros diez años. Es como plantar una semilla de tri­go en el suelo, aquí está el árbol, ¿un árbol? Esto es el grano. Así que te traigo el grano.

Pivano: Pero ¿cuándo decidiste ser escritor? ¿Cuan­do tus maestros te dijeron que eras tan bueno?

Bukowski: Uf, lo he olvidado todo. Decidí ser escri­tor, en realidad no creía que fuera capaz, pero comencé a leer el «Athlantic Monthly» y el «Harper's», que eran dos revistas con fama de publicar buena prosa, y el «New Yorker». Y leía los relatos que publicaban y no eran ab­solutamente nada. No decían nada, no hacían nada, no...

Pivano: ¿John Updike?

Bukowski: Sí, le incluyo también a él. Y eran tremen­dos, me aburrían, no había vida en aquellos relatos, y, sin embargo, aquella gente se hacía famosa escribiendo esos cuentos, y yo pensaba, conozco su secreto. Inten­taba escribir sobre nada de la manera más aburrida posible. No, lo pensaba realmente. Decía, esto debe ser una especie de círculo privado secreto y snob. Debo es­cribir algo muy aburrido que no diga nada durante pá­ginas y páginas, decirlo de manera tan aburrida que to­dos se aburran y entonces uno dice: «Esto sí que es real­mente algo bien escrito porque estoy muy aburrido y no dice nada.» Así que intenté la manera contraria, intenté decir algo. Un tipo vuelve a casa del trabajo, su mujer comienza a gritar y él la mata. Por ejemplo, un obrero de fábrica. No lo quisieron. Así que...

Pivano: ¿Quién no lo quiso?

Bukowski: Los directores de las revistas. Así que no lo sé, me parece que ya te lo he dicho antes, me con­vertí en escritor no tanto porque creyera que podía ser escritor sino porque todos los escritores que conocía y que eran famosos me parecía que no valían absoluta­mente nada. Pero para mí, quedarme ahí con las manos cruzadas y dejarles apoderarse de la situación con su aburrida ineptitud me parecía atroz. Así que comencé a escribir a máquina intentando decir las cosas de la ma­nera que me parecía debían decirse. Lo que sucedía, di­cho de una manera sencilla.

Pivano-; Esto es de Hemingway. ¿Recuerdas? «Hay que hablar de cosas sencillas.»

Bukowski: Oh, sí. Hemingway se preocupaba de la guerra y del valor y...

Pivano: ...de la muerte.

Bukowski: Y de la muerte. De acuerdo, pero yo pen­saba en el hombre vulgar que va a trabajar todos los días.

Pivano: Oh, sí.

Bukowski: Que Hemingway se quede con sus guerras y su valor. Yo tengo otras cosas que me suceden a mí y a todos los que están a mi alrededor. Millones de hom­bres y de mujeres que enloquecen y son asesinados cen­tímetro a centímetro cada día. Aquél era el mundo real. Aquello era la muerte. Así... Porque me sucedía a mí, me daba cuenta, y con más frecuencia de la que quería alguien me decía: «Bukowski, te despedimos.» Bueno, no porque no hiciera mi trabajo, porque lo hacía, sino por­que me comportaba como si mi trabajo no me gustase Trabajaba duro... Bueno, a veces aflojaba, según las si­tuaciones, pero sabía trabajar duro, y lo hacía con frecuencia. Lo hacía siempre con una cierta coña o de mala gana, como si no pudiera soportarlo. Porque no me gus­taban aquellos salarios ridículos.

Pivano: Sí, es como si esperaran que tú no sólo estés agradecido, sino que también seas feliz.

Bukowski: Sí, por un salario ridículo, que no basta para salir adelante. Y muchos de ellos fingían ser feli­ces. «Oh, buenos días, señor...» Yo nunca conseguía decir: «Oh, buenos días, señor...» De modo que siempre me despedían. O bien me iba yo. Si no me despedían, me iba yo. ¿Entiendes?, si duraba en un trabajo tres sema­nas, me decía: «Esto dura demasiado, todavía no me han despedido.»

Pivano: Pero ¿cómo te despidieron tantas veces y lue­go te quedaste tanto tiempo en la oficina de correos?

Bukowski: Veamos, esto ocurrió al final. Mira, dejé la oficina de correos hace diez años, cuando tenía cin­cuenta, y trabajaba en la oficina de correos... Comencé cuando tenía treinta y nueve años. Así que once años.

Pivano: Once años.

Bukowski: Es exactamente un...

Pivano: ¿Y todos aquellos trabajos que habías hecho antes?

Bukowski: Más o menos, todo trabajillos, centenares de trabajos, sólo una vez que trabajé para correos, pero aquella vez como cartero, y duró dos años y medio.

Pivano: ¿Eso fue después?

Bukowski: No, eso fue antes. El último trabajo ha sido el de los once años, de los treinta y nueve a los cincuenta. Y luego me fui cuando tenía cincuenta años y decidí convertirme en un profesional de la escritura. Un escritor profesional, según como le vayan las cosas, come, tiene para vino, pone gasolina en el coche, da de comer al gato y se va al cine. Le pagan por escribir a máquina. Y la primera semana fue terrible, estaba asus­tado. Quiero decir que me creía que las paredes del apar­tamento se iban a caer mientras dormía: se me derrum­barían sobre la cabeza.

Lee: ¿Ocurrió mientras escribías Cartero?

Bukowski: Bueno, creo que esperé una semana.

Lee: Vaya, te concediste una semana y luego te pu­siste en marcha.

Bukowski: Bueno, yo estaba completamente... Aque­lla primera semana no sólo fue terrible, venía la gente, sabían lo que había hecho y todavía empeoraban las co­sas. La dueña de la casa me decía: «Usted está loco al renunciar a una buena profesión que dura toda la vida.» Luego se iba y yo regresaba a mi cuarto y me decía: «Caramba, puede que esté loco. ¿Qué he hecho?» Y lue­go el hijo de John Webb, el que imprimió mis primeros libros, venía aquí a tomar unas copas, y aquella primera semana después de despedirme, me organizó un gran follón: apareció, dijo cantidad de chorradas y llevaba un corazón humano en una caja y dijo: «Has dejado la oficina de correos, Bukowski, necesitarás esto.» Lo mostró y yo pregunté: «¿Qué es?» El contestó: «Es un corazón humano, lo he robado del laboratorio, mi novia es en­fermera.»

Lee: ¡No es posible! ¿Te dio un corazón en formol?

Bukowski: Sí. Y yo dije: «¡Jesús!, guarda eso en el ar­mario», le dije: «¿No sabes, pedazo de idiota, que podrían meterte en la cárcel?» «Sí, pero no lo sabrá nadie, nos­otros tenemos este corazón humano, no lo sabe nadie.» Dije: «Me hace vomitar, llévatelo.» Bueno, ésa fue mi primera semana de escritor profesional, tenía un corazón humano en el armario. Me levantaba por la mañana des­pués de haber estado bebiendo toda la noche y abría aquella puerta y contemplaba el corazón humano. ¿Sabes?, tiene unas grandes venas y parece... como... así que lo miraba y luego corría a vomitar la cerveza. ¡Blaw! Una buena vomitada. El corazón humano me daba náuseas.

Lee: Esta sí que no la había oído nunca.

Bukowski: Bueno, hay cosas que nunca las has oído. Nunca he escrito esta historia, ¿sabes?

Wolberg: Yo tampoco la había oído nunca.

Bukowski: ¡Pues las que oirás si sigues a mi lado...! Estos dos han oído tantas entrevistas, ¿sabes...?

Pivano: ¿Conoces algo de la literatura italiana? ¿Has leído alguna vez algún escritor italiano?

Bukowski: Sí, había uno que se había comprado una cámara fotográfica... Pirandello.

Pivano: Oh, Pirandello.

Bukowski: Escribía comedias, ¿no?

Pivano: Sí.

Bukowski: Ya, me gustaban sus comedias, alguna.

Pivano: Era muy... Problema de la identidad.

Bukowski: Yo no lo sé. Yo le he leído, pero es posible que no supiera muy bien de qué escribía. Pero me gustaba Pirandello, estaba bien. Y estaba también Silone.

Pivano: Oh, Silone.

Bukowski: Sí. Estaba un poco politizado, ¿verdad?

Pivano: Sí.

Bukowski: Pero me gustaba su modo de escribir, su estilo, muy hermoso. Escribía muy bien, por lo menos así resulta de las traducciones.

Pivano: Gracias. Sí, pero tal vez no tenía un proble­ma de estilo, tenía sobre todo un problema de conteni­do, así era más fácil.

Bukowski: Es prácticamente todo: Pirandello y Si­lone.

Pivano: ¿No te dice nada el nombre de Pasolini?

Bukowski: No.

Pivano: Hacía películas y escribía. Era comunista, muy riguroso. Ideología. Luego al final se había hecho una filosofía propia, que era muy interesante en ese mo­mento de corrupción general de ideas y de costumbres. Porque, ¿sabes?, Italia está en un momento de auténtico desastre.

Bukowski: Hoy, en el periódico, había un artículo so­bre un viejo de setenta y dos años que... ¿cómo se lla­ma?... Maromia...

Pivano: Moravia, sí. ¿Qué?

Bukowski: Sí. Creo que no me gustaría lo que escri­be pero... está entonado políticamente, entiendes, sus respuestas a las preguntas eran buenas y me reccdaban las mismas respuestas que yo habría dado a aquella se­ñora si me hubiese hecho las preguntas a mí. Debes leer esa entrevista. El decía: «Bueno, esto no me interesa, esto me interesa, pero no tiene mucha importancia.» ¿Entiendes?, me gusta su manera de contestar las preguntas.

Pivano: Es muy inteligente, muy brillante.

Bukowski: Quiero decir que sus respuestas a las pre­guntas eran muy realistas: para tener setenta y dos años tenía mucho sentido común. No se preocupaba de decir algo grandioso o insólito, sino que...

Wolberg: Pero si le hubieran dado pie...

Bukowski: Ya. Siempre evitaba el pie. Decía exacta­mente lo que pensaba. Y estaba muy bien. Tendrías que leerla, está en el diario de hoy, ahí encima.

Pivano: ¿Y qué autores norteamericanos te gustan? Quiero decir de los clásicos, no de los modernos. ¿Te gusta Melville?

Bukowski: Oh, ésta es una pregunta dura. No, no-no-no-no, no puedo. No, no me gusta. Hay uno homosexual, Walt Whitman, era muy bueno. Tenía aquellos versos largos y se limitaba a dejarlos rodar, ¿entiendes? Pero quiero decir que no me interesaba especialmente, me in­teresaba sólo su energía siempre en marcha. Pero da un poco de sueño leer aquellos versos largos. Pero es el único, Walt Whitman.

Pivano: Pero ¿te gusta por sus versos o por su con­cepción del Yo? Su manera de situarse en el centro del universo: «Cantaré a mí Mismo...».

Bukowski: Oh, bueno, aquel poema, sí. Aquello es una canción, un poema, es muy hermoso. Creo que es lo que más me gusta de todo. «El canto de yo Mismo.»

Pivano: ¿Te identificas con él, con su manera de si­tuarse en el centro?

Bukowski: Sí, bueno, se comienza con nosotros mis­mos, y si luego queda algo, uno se ocupa de aquello. Pero primero hay que ocuparse de lo que sucede en la propia casa y sólo después mirar alrededor. ¿Entiendes?, tal vez entonces puedas dar de comer al gato.

Pivano: Sí.

Bukowski: De modo que, sí, me gustaba su Yo en aquel poema.

Wolberg: Ahora soy yo el que quiere hacerte una pre­gunta a ti. ¿Qué piensas de Bukowski, le has encontrado tal como te lo imaginabas?

Pivano: No. Completamente diferente. Porque creía que era agresivo.

Lee: Has hecho una visita demasiado rápida.

Pivano: A partir de tus libros creía que eras agresivo, y en cambio eres tolerante. Y ha sido una bonita sor­presa para mí. Lástima que esta entrevista haya sido de­masiado corta. Tal vez Joe me traerá de nuevo aquí la próxima vez que venga a San Francisco. Así que la próxi­ma vez no tendré que pensar en el grabador y podremos pasar un par de horas sólo charlando. No puedo decir bebiendo, porque yo sólo bebo soda, lo que nosotros lla­mamos agua mineral. Hemingway siempre me decía: «Hija, esto no deberías hacérmelo.»

Bukowski: Sí, a los que beben les gusta la gente que bebe con ellos. En caso contrario...

Pivano: Sí, ya lo sé. Es como con el ácido y todo lo demás.

Bukowski: Sí, la coca.

Pivano: Si no se hace juntos, los demás están moles­tos. Pero, de todos modos, somos amigos, ¿no?

Bukowski: Claro. Toma esta rosa.


[Anagrama 1983]

2 comentarios:

Alexánder Obando dijo...

Compa, me engañaste. Esto no es una entrevista... es un libro!

Cuando iba por el tema de la guerra creía que ya terminaba pero era apenas como la sexta parte. Cuando tenga más tiempo continuaré

Me gusta la cherencia y la lógica simple de Bukowski. Hace que los entrevistadores se vean tontos.

DM dijo...

Jajajaja!
Respecto a Bukowski,sí.

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